miércoles, 24 de junio de 2020

Pablo D 3

La necesidad imperiosa de trabajar los guiones.

Las novelas, las bien escritas, tienen historias que se abren y se cierran con un fluir delicioso que son como arroyos que conducen a un final necesario.

El cine empezó a jugar con pervertir esos cauces para a veces, solo a veces, lograr dimensiones que la novela clásica desconoce. Pero en otras ocasiones, y a fuerza de repetición nos hicieron creer que eso es parte necesaria, las historias se cierran abruptamente y sin sentido (es que el actor le salió el trabajo de su vida en... o se cansó ya de...) y los finales se convierten en últimas temporadas (a la espera de que el público pida más o que la cadena y los productores...)

Así, entre sagas y series nos hacer creer que la vida es para siempre mientras exista la demanda, que los finales son interrupciones y que aunque los cambios sean necesarios, ya vendrá otro elenco a reemplazar al que queremos.

Pero las series y películas que vienen de novelones clásicos, no gozan de mucho aire. No se puede hacer 12 temporadas de La guerra y la paz, o el spin-off de El quijote de La Mancha. Tienen el aire justo para desplegar todo su esplendor en un solo disparo.

Está miniserie sí es para una pandemia. Porque a pesar de todo (y ese todo es bastante horrible) tiene final feliz.
Pero Pablo no lo tiene. Su personaje deben atravesar el miedo y la confusión, la acción y su culpa.
Todo vive a través de sus ojos. Casi no estrena la risa. Solo acompaña la voz.
Y él sabe sufrir, sabe incrustar en su mirada ese dolor que lo atormenta y lo conforma.
Su final es necesario, aunque nos deje ciegos frente al espejo




--
La catedral del mar, serie
ASPO, 100 días


No hay comentarios:

Publicar un comentario