domingo, 11 de septiembre de 2011

Línea L. (final posible)

Una cierta indiferencia se ha instalado entre nosotros. Frialdad, abulia.
Esa última película de L. no era mala, tampoco buena; una actitud inaceptable para un hecho artístico. Es que si no empuja a la acción o no convoca a la reflexión, mejor no hubiera empezado. Es un pecado solo permitido a los culebrones de medianoche. Será tal vez que a este film lo alcanzó el desapego, o será que fue él el que lo parió ya entumecido.


Quizás es tiempo de detenerse, quizás es tiempo de seguir por un camino alternativo hasta que, quien sabe porqué extrañas circunstancias, volvamos a encontrarnos. Entonces L. será uno de esos viejos conocidos, una de esas tibiezas que seducen el alma cuando vaga perdida por lugares anónimos. Seremos dos extraños hermanados por una ilusión partida (compartida), vulnerable y loca, ansiosa siempre por renacer a pesar de y sin importar cuán.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Línea L. (iv)

Domingo, 6 de la tarde: hora de la desesperanza. ¿Qué mejor que tomar la línea L. a ver a dónde me lleva?


Una película recomendada en la que L. hace un papel chiquito. Nada, no más de 7 minutos en una película de hora y media. Pero la Línea L es así: no se cuestiona nada, arremete, avanza. Aunque este “encuentro” tiene truco: es sobre un cuento de Di Benedetto –otra de mis manías breves- y con otro actor que me gusta al que supe una vez con la incondicional ayuda de L. (otra L. en mi vida) regalarle un libro de, casualmente, Di Benedetto.

En este punto debería plantearme si esto no es para preocuparse. Tanta recurrencia, digo. Si no hubiera una cantidad como la existente de manías apagadas juraría que esto es patológico. Pero en realidad es esencia de esa “ocupación caprichosa” la de terminar apagada.

Un día debería ponerme a pensar cuál fue la primera. Creo que Ray Bradbury, pero no me puse realmente a la tarea de la memoria. Un día, tal vez. Un día, si sintiera que vale la pena.

La película, de eso hablaba o quería hacerlo, la daban en un cine del espacio Incaa de Constitución. Eso garantiza poca gente, sordidez y nada de avances ni pochoclos. Tres de cuatro no está mal. Casi bingo. Al llegar anoto mi error: sórdido es el barrio, pero el cine está muy bueno. La sala no es muy grande, pero hay mucha gente. Buen balance.

Me siento -asientos reclinables-, se apaga la luz, empieza la película directamente como si prendiera la video, habla el anciano de rigor como si estuviera en el salón de su casa y yo me pierdo en la trama como si estuviera dormida. Un poco sanguinaria, “película de hombres”, pero está buena.

Me quedo mirando la hoja en blanco que espera el resto de la historia, pero decido interrumpir el viaje. L. se está apagando. Quiero seguir hablando de Di Benedetto, de las “obras de hombres”, de Constitución a las 9 de la noche de un domingo. Pero en algún lado, de la misma manera en que se encendió L. está desdibujándose. Ya conozco sus formas de hablar, sus pausas, sus miradas de costado, sus escasísimas sonrisas. Pero se apaga…

viernes, 9 de septiembre de 2011

Línea L. (iii)

L. aparece esporádicamente en la novela de la tele. Y me vuelve a pasar lo que todavía me sorprende: siento una familiaridad con él que solo tiene razón en mi cabeza. Recuerdo muchas otras “manías” de este tipo, en el sentido que mejor se adapta a su original del griego ‘locura, demencia, estado de furor’ pero sumando una de las definiciones de la real academia que la refiere como “extravagancia, preocupación caprichosa por un tema o cosa determinada”. Esta “ocupación caprichosa” diría yo, me llevó a lugares inolvidables, siempre, como aquella vez que impulsada por la manía Albert Camus arrastré a mis compañeros de viaje hasta el pueblo donde está su tumba. Buscar un cementerio en la Provenza francesa, encontrarlo, equivocar la entrada para tener que frenear frente a las tumbas (el mantenimiento del lugar no era realmente el ideal) y con la puerta abierta y un pie afuera retornar al cuerpo lógico para cuestionarme: “¿Qué estoy haciendo? ¿Qué espero me devuelva un nombre sobre una piedra gastada?


Sigo sintiendo cierta familiaridad por Camus pero ya no circunscripta al hecho de haberlo encontrado sino que ahora es parte de mi historia. Camus, sus textos, son una serie de hilos suaves y fuertes que bordan recuerdos dulces: llegué a una isla aparentemente no desierta con solo un libro: El extranjero; años después pasé días oníricos en esa misma isla cuando recorría 4 kilómetros en bicicleta para alimentar a unos gatos y sumergirme en la lectura de La Caída en soleadas y solitarias tardes de invierno.

Lo existencialista de Camus –luego se sumarían otros- forma parte de mí. Supongo que por eso L. y esta compulsión a la repetición de dejarse llevar siguiendo algo antojadizo, tan caprichoso como puede ser la atracción en el cualquier estado e intensidad que se presente.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Línea L. (ii)

Busco en internet y hay una película donde trabaja L. Está filmada en Punta del Diablo. Estuve ahí hace un par de años, de vacaciones con unos amigos. Fueron diez días maravillosos. Muchas charlas, asado, vino, paseos. Poco mar (días bastante nublados), muchas risas. ¿Cómo se vuelve a un lugar donde se fue feliz? Sin prejuicios, creo. Sin pensar. Solo se va como si fuera nuevo pero conociendo dónde comprar el pan o dónde no comprar asado. Durante esos días aprovechamos además para tejer varias novelas: desplegamos algunas de nuestras historias secretas e inventamos juntos otras donde el deseo expandía todas sus armas.

Consigo la película. La dejo reservada para el sábado a la tarde.

La tormenta azota mi octavo piso con la misma intensidad que en la pantalla. Pura coincidencia. La historia es triste, con pocas palabras. Un día voy a escribir sobre un personaje que no dice mucho pero que sin embargo, no escatima voz para transmitir todos sus sentimiento. En ese mundo me gustaría vivir: la gente dice lo que siente, no lo que le gusta.

Al terminar la película -L. sigue sin defraudar-, empiezo a pensar en mis próximas vacaciones. Me doy cuenta de que el gran viaje no va a ser posible. No puedo viajar en esa fecha. Entonces debo pensar en otros rumbos.

En pleno agosto tormentoso, la idea de una playa tibia altera mi piel.