sábado, 10 de abril de 2010

Semana en Baires (II)

Sábado

Tres de la tarde, entra todo el sol de otoño por las ventanas. La ciudad se esconde tras los ruidos, pero me pongo los auriculares, me acomodo en el sillón y...

Ya llega el sol, ya llega el sol y yo digo que todo está bien.

Cariño, ha sido un largo, frío y solitario invierno.
Cariño, parece como que hubiera durado años.

Ya llega el sol, ya llega el sol y yo digo que todo está bien.

Cariño, las sonrisas vuelven a las caras.
Cariño, parece que hace años que no está aquí.

El sol, el sol, el sol aquí llega.

Cariño, siento como el hielo se derrite lentamente.
Cariño, parece que hace años que no está claro.

Aquí llega el sol, aquí llega el sol y yo digo que todo esta bien.

viernes, 9 de abril de 2010

Semana en Baires (I)

Viernes

Nueve de la noche, subte a casa. Vagón destartalado que parece querer desintegrarse en cada metro recorrido (vagón-gelatina: ¿tanto juego tiene que tener?). Casi todos solos, salvo tres amigos en las butacas del otro lado del pasillo. Me siento yo primera, mirando hacia adelante, del lado de la ventanilla. Se sienta un hombre a mi lado pero apenas giro la cabeza para mirarlo. Por el costado del ojo veo o intuyo que no es mayor, él también mira al frente pero sin observar nada. Salvo por dos pequeños lunares en su mejilla izquierda no parece tener nada que lo haga único. Casi saliendo de la estación sube un último pasajero. Se sienta frente a mi; como si no lo hiciera, como si mirada más allá de él, lo descuartizo con la mirada.
De unos 30 años, más o menos. Todo el brazo derecho tatuado como si fuera un salón de la Alambra. Muñequera gruesa de cuero, casi suelta. El otro brazo tiene también pequeños tatuajes: en la mano izquierda, una palmera. Mientras desenmaraña los cables de su Ipod lo miró un poco más descaradamente. Barba más que incipiente, remera negra con siluetas en gris, camisa verde abierta, bolso nike (mirando bien, todo parece tener marca), gorra verde con visera. Se la arquea un poco más, se la acomoda un poco para atrás, otro poco para adelante. Pequeño piercing en la nariz, hermosos ojos verdes. Tiene ese algo, ese toque de no-bueno que incita. Inquieta, dan ganas. Seguro sabe pecar. No lo miró mucho. No lo dejo de mirar.
Siguiente parada. Sube una mujer asida a un bolso con dos o tres plantas. No las reconozco, no se sus nombres pero ella seguro que si. Se sienta en frente, junto al James McAvoy porteño, y saca una hoja pequeña dentro de una bolsa de plástico. La observa atentamente. ¿Qué busca? ¿Qué encuentra? Quien sabe. Ella ya no es joven, el pelo tirante hacia atrás recogido en un rodete. Anteojos rectangulares como los de todos. Ya nadie usa anteojos de lectura redondos. La moda manda. El resto no se le distingue: solo rodete, lentes y plantas sobre su regazo.
Siguiente estación y miró por la ventana.
No sé, fijándome en sus particularidades -una trenza, unos labios, una mirada suave, una forma de pararse, ese peinado salvaje- hoy todo el mundo me parece hermoso.
Sin duda, los viernes soy casi feliz.
.