sábado, 29 de agosto de 2009

sábado

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calor extraño en ciudad extrañada.
En estos días estamos preguntándonos porqué naturalizamos ciertos actos o acciones sociales. Algunos nos lo preguntamos, otros no.
Calor en agosto: un recreo.

Sábado, noche recien llegada o tarde acabada de ir.
PaO y Lau recortan las hojas para la reedición del libro objeto.
Ger lee los poemas del proximo autor a editar por Tocadesata.
Yo, escribo; retrato el momento y por un rato me olvido de que a veces, es muy difícil llegar.
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lunes, 24 de agosto de 2009

Albert (epílogo)

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Su casa, la mía, el ascensor, las escaleras, el mármol gastado, la noche, la ciudad, su continente, el mío, las llaves acertando, la luz junto a la puerta, el trueno, la música, Esperando por el milagro, el sofá, la pequeña y solitaria lámpara, el papel de arroz, la biblioteca, las cortinas en vaivén, las nubes, el silencio, las primeras gotas, su compañía expandiéndose en mi pelo, la pequeña brasa de mano en mano, el vino, tinto, la preocupación, los fantasmas, la risa, la devoción por los inicios de los textos de Faulkner, el sol, el otoño brillante, Arlt, la playa, el sur, los viajes, la impaciencia, el amanecer, la pereza.
“El libro” me dice “debe quedar inconcluso. Por ejemplo: “Y en el barco que lo devolvía a Francia…”.

sábado, 22 de agosto de 2009

Albert (+ + + cont. - - - )

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Salimos. La noche está más fresca que como la dejamos al entrar al bar. Albert me pregunta a quién estoy leyendo ahora. “Houellebecq” le digo. “Mmm, no sirve” “¿No sirve? ¿Servir para qué?” le contesto un poco ofuscada. Servir no es una palabra que me guste ver emparentada con literatura. “¿Ves ahí? ¿Ves que hay como un anfiteatro unipersonal?” Un pequeño recoveco en el borde de una plaza, sí, efectivamente, parece un estrecho anfiteatro. Esa plaza la conozco, estamos a pocas calles de su casa. “¿Vas a montar una performance espontánea a las tres de la mañana?” lo provoco. Me mira, con los ojos brillantes, encendidos por su pasión, me sienta, se sienta frente a mí y comienza…
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viernes, 21 de agosto de 2009

Albert (+ + + cont. - - )

“A veces tengo miedo de no ser lo suficientemente valiente” me dice. No le creo porque él es muy valiente, o mejor dicho, nada cobarde. “Tengo miedo de que la escritura se me paralice, de que se me haga demasiado fácil. Que no me duela” ¿Es que estuvo confraternizando con mis fantasmas? “De todas maneras, no podría dejarlo” me tranquiliza. “Temías tanto a los autos después del accidente, ¿recuerdas?” Recordaba. “No, no es verdad” me desafía “No pude llegar a tener miedo, no me dejaste. Me obligaste a montar a uno y otro y otro apenas tuve fuerzas para sentarme” Recordaba, es verdad, pero con algunos silencios. Había sido hace tanto tiempo…
“No vas a dejar que me quede dormido, ¿verdad? No vas a dejar que me duerma.” No, no, no.
No.
No.

jueves, 20 de agosto de 2009

Albert (+ + + cont. - )

Una garúa incómoda empañó nuestro recorrido. “¿Volvemos?” “No. Me gustaría seguir cuando pare. Va a parar, ya verás” Tenía que parar, teníamos que seguir perdidos en medio de la sofocada naturaleza ciudadana. “¿Dónde estamos?” “Lejos” Sí, ni los nombres de las calles nos eran familiares y aunque con una sola pregunta podríamos devolvernos al mundo, no íbamos a la pronunciarla. “Hay un bar ahí enfrente, pero es… Me daría miedo entrar si no estuviera con vos” “Entremos entonces. No nos va a faltar el alcohol barato” Justo cuando atravesábamos la puerta me tomó firmemente por la cintura, pegándome contra su cuerpo.
Soy una mujerzuela de oscuro tugurio, ebria de desencantos, rescatada de unas volátiles tinieblas blancas. Soy su protegida, su compañía, el resultado de su virilidad, dispuestos a olvidarnos de todo en tres u ocho segundos.
Elegimos la última mesa, de espaldas al mundo, justo cuando dos nubarrones desangelados parían una blanca luna de agosto.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Albert (+ + + cont.)

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“¿Nosotros nunca necesitamos drogas, no?” “Nop” responde y sonríe.
“¿Eso tampoco es cierto, verdad?” Me cuenta de las pequeñas pérdidas de memoria, del hambre, de la sed infinita, de la risa, de los chicles. Le digo de las yemas de los dedos sobre el cabello corto de su nuca, de los ojos brillantes, de los poderosos latidos de un corazón estallando en el pecho del otro, de los labios calientes y amargos del final. “No, tampoco” me dice. “Y aún así, Albert, debo reconocerte que tus verdades cicatrizan.” Silencio, otra calada a su cigarrillo: “¿Es que alguien puede vivir con las heridas abiertas para siempre?”
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martes, 18 de agosto de 2009

Albert (+ + cont.)

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Muchas veces hablamos de arte. De pintura, de arquitectura, de cine. Somos aficionados amateur así que contamos con impunidad para decir cualquier cosa. Intentamos -involuntaria, deportivamente- despertarnos inquietudes sobre casi todo. ¿Qué podían pintar los incas dominados mientras Caravaggio daba vida a Judith y Holofernes? ¿Qué final de película fue el más inapropiado e hiriente? ¿Por qué no pintar graffitis en todas las construcciones del racionalismo italiano o simplemente dinamitarlas y empezar de nuevo para erradicar ese estilo de la faz de la tierra? Pero de lo que sin ninguna duda más nos gusta hablar es de literatura, o mejor dicho, de escritura. Pasamos muchas horas alabando a algún autor o a alguna novela o cuento o poema. Alargamos el elogio hasta el extremo, disfrutando de cada palabra invertida como si fuera una especie de redención. Somos un par de ateos deseosos de estar en un error.
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lunes, 17 de agosto de 2009

Albert (+ cont.)

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Albert me pregunta que tal mi día y yo le digo que nada nuevo. “Nada nuevo. Todo tranquilo”. “¿Y en un día venusino?” quiere saber. “Ese viene más complejo. En casi un año pasan muchas cosas. Además no hace tanto que no nos vemos.” No decimos nada, solo caminamos. “Últimamente alguien me ha decepcionado” le cuento. Sé que la naturaleza humana le apasiona aunque siempre desde una óptica muy particular. Quiere saber porqué, porqué alguien me ha decepcionado. Le digo que no tiene mayor importancia porque hace mucho tiempo ya que no lo frecuento. Sabe del flujo imparable de la información así que no le interesa saber de qué manera lo ha hecho, decepcionarme, sino porqué yo lo siento como una traición. “No, no traición” le aclaro “decepción”. “Que no es más que la traición a una imagen que nos hicimos de alguien, en este caso tuyo, a la imagen que quisiste o creíste conocer de él” Le agradezco sinceramente la diplomacia de su comentario y continúo. “Me temo que es precisamente eso. Saber que no sé, que nunca supe y que necesité cubrir los huecos con fotografías planas” “Si es por eso” me conforta “todos los hacemos” Deja pasar un momento y completa “En mayor o menor medida. Todos lo hacemos”
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domingo, 16 de agosto de 2009

Albert (cont.)

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Empezamos a andar sin rumbo. Lo hacemos de vez en cuando. Caminamos hacia donde sea y cuando nos cansamos, si hay algún lugar para sentarse, lo aprovechamos. Sino hay, miramos a que calles llegamos y decidimos si volvemos a pie o buscamos algún medio de transporte. Es el único tiempo en que no se dónde estoy ni para adónde voy. Dejo ese mirar para fijar referencias; observo todo pero así como llega se borra de mi memoria. Sé que él tampoco sabe dónde está; sé que no me está guiando, solo sé que a donde quiera que lleguemos lo haremos juntos. Esas caminatas se repiten desde hace muchos años. Y digo se repiten porque en su evocación es siempre la misma, con distintas charlas, pero siempre la misma. Es aquella la de las tardes de otoño cerca del mar, cuando dejábamos atrás la ciudad para adentrarnos en el campo escarpado de rocas anaranjadas y resaca de pino. El sol tibio inundando, aún hoy, las frías noches de Buenos Aires.
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sábado, 15 de agosto de 2009

Albert

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Llega un mensaje de texto de Albert invitándome a caminar. “Si”. “Paso en 10”. Las mayúsculas las pone directo el celular, nosotros hablamos sin formato. No me llama porque sabe de mi profunda concentración en nada y de los prolongados raptos de aislamiento. Él también los pasa.
Toca el timbre y bajo. Le digo que es raro que nos comuniquemos así (mensaje de celular y caminata) sin teléfonos, sin mails. No le parece raro, su gesto indiferente me lo ratifica. Me da un beso y retoma su cigarrillo. “Podría llamarte. Puedo vivir con un no”. Le digo que nunca le diría que no y él me dice que ya lo hice, muchas veces. “Entonces sí te importan, sino no los recordarías” “Es solo estadística, probatoria.” Su seguridad me hace pensar. Es verdad, sé que puede vivir con una tonelada cúbica de mis noes en sus espaldas. “Es por eso” le digo “Es por eso que no te digo que no. Me olvidarías al instante siguiente” “Preferiría que fuera porque te gusta estar conmigo” Descansa, sabe que es por eso.
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domingo, 9 de agosto de 2009

como

Me siento como me siento y salgo de la muestra para acomodarme en un escalón. Es el frente de un negocio de venta de azulejos, son casi las 9 de la noche y espero que se me pase. Me siento como me siento y apoyo la cabeza hacia atrás, contra la persiana cerrada. Miro hacia adelante, dejo que mis ojos den cuenta de lo que quieran dar cuenta. Justo enfrente, del otro lado de la vía, el sexto piso de una casa de departamentos. Un balcón, un puerta ventana de dos hojas, una ventana más chica a la izquierda. Las luces prendidas, se ven tres focos y nada más que una silla vacía. Me siento como me siento y no puedo dejar de observar esa habitación lejana donde hay paredes color crema, ni una planta o cuadro o cortina y la silla, vacía. Me quedo ahí, mirando, esperando que llegue alguien y se siente, que pase alguien o algo que me ayuden a pensar que ahí no hay vacío. Me siento como me siento y me obsesiono con esa silla vacante. Se cruza lento por delante de la trayectoria de mi mirar un micro de dos pisos, de asientos cómodos, de viajes largos. Pero pasa y no puedo montarlo con mi imaginación porque me siento como me siento. Podría imaginar que me voy lejos, que la noche larga e incómoda traerá un nuevo horizonte. Pero es que me siento como me siento y mi cabeza vuelve como un resorte a la soledad de la silla. Si fumara, encendería un cigarrillo para que aunque sea el humo habite el espacio carente. Me duelen los ojos, el pecho, los oídos, los puños cerrados de hacer fuerza para que ese ausente se presente y llene esa silla y no se vaya nunca.

A un costado del edificio una enorme pelota roja aparece. Luna llena, me había olvidado. Sonrío, débil, dolorida. Quizás no importa por donde aparezca el milagro o es que tal vez la vida no se quiera andar sentando.

Me levanto, vuelvo a la muestra y me pierdo entre la gente. Me siento como me siento, helada, intranquila, caprichosa. Lejos.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Si me casase con la hija de mi lavandera, a lo mejor sería feliz *

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Con una mirada verde clara es como más me gusta mirar. Porque después del silencio, su voz de imágenes rotas regresa a mí para decirme, despacio y a los gritos, que a pesar de todo, sí.
El tiempo no nos ha hecho daño (Juan), solo ha pasado, cambiándonos para mantenernos juntos, creciendo como dos arbustos paralelos a una distancia de océano, nos hemos hecho fuertes resistiendo diferentes vendavales.
Allá hay un bar que todavía lo contiene. Conserva su pasión y su desventura, pero ha cambiado su lápiz por una computadora portatil. Pero es el mismo, lo sé. Es aquel que.
No es fácil imaginarlo luchando entre tormentas contra pegasos sin alas. Fuegos, vientos y aguaceros, nieblas, truenos y tristezas, todo brotando de su interior, pero a veces y no siempre.
En medio de aquellos temporales está también su pureza, su intransigencia, su rebeldía y su combate. Quizás si supiera comer una naranja caliente, recién arrancada del árbol, su pena no sería tan inmensa. Pero no puede, no quiere. Él quiere ser distinto a aquel que lo mira desde su espejo. Quiere pensar que aquello que se revuelve en su estómago es más real que lo que ven sus ojos. Tiemblan sus voces cuando asegura sus miedos, pero son faros en tormentas ajenas cuando insinúan te quieros.
Es, entonces, un hombre-poesía. Un hombre que inquieta con su estructura y sus sonidos, un hombre que se resiste a si mismo, un hombre que son dos y diez y veinticinco.
Es a ese hombre al que me gusta llegar cuando todo es lo que parece. Es ese hombre, y no sus sueños, al que quiero tener a mi lado cuando la canción triste me deje a oscuras.

* Fernando Pessoa