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“¿Nosotros nunca necesitamos drogas, no?” “Nop” responde y sonríe.
“¿Eso tampoco es cierto, verdad?” Me cuenta de las pequeñas pérdidas de memoria, del hambre, de la sed infinita, de la risa, de los chicles. Le digo de las yemas de los dedos sobre el cabello corto de su nuca, de los ojos brillantes, de los poderosos latidos de un corazón estallando en el pecho del otro, de los labios calientes y amargos del final. “No, tampoco” me dice. “Y aún así, Albert, debo reconocerte que tus verdades cicatrizan.” Silencio, otra calada a su cigarrillo: “¿Es que alguien puede vivir con las heridas abiertas para siempre?”
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qué bueno este pasear con Albert; si puedo me apunto.
ResponderEliminarmuy bien! invitado para la próxima vuelta cerca del mar...
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