lunes, 3 de octubre de 2016

En Paris es primavera (II)

      - Vamos a casa de Edmond y Claire –había dicho Joan en el bar del aeropuerto mientras esperaban la salida del avión.- Son artistas.
Cuando estaba de buen humor, o mejor dicho, con ese ánimo de ventanas abiertas al mundo, a Joan le gustaba describir a sus amigos para otros amigos. Sabía que muchas veces las palabras no sirven, pero ponía especial esmero en buscarlas, acomodarlas en las frases y pronunciarlas con todo el amor que era capaz de dejar salir.

Mirando los souvenirs de colores alineados detrás de la barra, se internó en su relato: "Claire crea decorados de lujo para obras de teatro mientras que Edmond trabaja casi exclusivamente con un marchand que le arrebata sus murales abstractos para que sus clientes ricos adornen mansiones dispersas por toda Europa. En estos días, me ha dijo que está trabajando en un tríptico para un millonario ruso que compró un palacete en la Costa Azul." 

Unas horas después, en París, frente a ese mural, un Edmund todo pasión sentencia: “Los rusos necesitan colores primarios para sentirse bien”, frente a la explosión de rojo y azul que salta desde el lienzo a todo el estudio impregnando las paredes, el suelo y hasta su ropa de trabajo.

Joan los conoce y admira desde hace mucho tiempo, por eso ponía tanto esmero en la introducción que hizo para su prima: “Sus trabajos tienen esas… How should Iprints… marcas, sí, que también encuentras cuando los miras relacionarse con los otros. Por ejemplo, Claire es mucho más organizada, detallista… sociable y pendiente de los demás. Por eso gran parte del día está fuera de su casa, en medio de mucha gente diferente haciendo muchas cosas al mismo tiempo... Y las noches de estreno son como su cenit. Edmond en cambio, es hiperactivo, casi obsesivo, sus obras son generalmente enormes, explosivas, únicas. Es como si se moviera con una fuerza de gravedad porpia, más liviana... Durante el día nunca encuentra buenas razones para salir de su estudio y nada lo retiene en él después de que cae la noche. Mira: ella hechiza con su diplomacia y su sonrisa abierta, él genera inquietud con sus observaciones afiladas y sus conversaciones poco lineales que demandan esfuerzos especiales para poder seguirlas. Pero… estas diferencias los hacen encajar perfectamente el uno con el otro y los convierte en una compañía hermosa. Es un descanso y un desafío estar con ellos, ya lo verás. Es como entrar en una relación en caída libre pero sin el temor a quedar mal herido."
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       - Joan –había dudado en aclarar Alicia, pero finalmente lo hace- no voy a poder hablar con ellos… Yo no hablo francés…

Él la miró sorprendido y se quedó pensativo. Le falta costumbre de incluir otras condiciones que no sean las propias en sus desplazamientos por la vida. Mientras apura su café la tranquiliza: “te darás cuenta de todo, ya verás. Caerás bajo sus encantos.”

Y ahí están ahora, disfrutando desde el primer día de una nueva rutina de ocio: ya no dejan discurrir banalmente el tiempo entre sus dedos sino que convierten cada segundo en un intercambio estimulante con el mundo. Joan y Edmond viven de noche, se reúnen con otros amigos en bares cercanos y luego se quedan hasta la madrugada pintando, bebiendo y charlando envueltos en humo. Ali y Claire, en cambio, aprovechan el día desde temprano por lo que abandonan pronto las actividades vampíricas como las suelen llamar. Al comenzar el día van juntas hasta el teatro donde Alicia mira los avances de la escenografía y como en un juego, trata de descubrir qué indicaciones se imparten (“Plus blues”, “plus petite table”, “derrière …”) para poder rastrearlas en la visita del día siguiente. Luego se va a deambular sola por la ciudad con una guía en la mano. Pasado el mediodía se encuentran con Joan para comer y continúan luego juntos en un recorrido más personalizado. Por las mañanas ella es una turista más, independiente y a sus anchas. Por las tardes, una acompañante transportada por los recuerdos de Joan.

Ese estado de excepción parece embriagarlos a todos: Edmond disfruta ardientemente de la compañía de Joan, “el pequeño tuareg español” como lo llama desde que se conocieron en algún bar de sus épocas de estudiante. Claire abdicó con gusto de las tareas mundanas en las que Edmond es incapaz de concentrarse, repartidas ahora entre sus invitados siempre dispuestos a perderse en los mercados y reponer el alcohol con religiosidad. Ali no suponía estar tan bien lejos de sus dos medios amantes, de los que jamás esperaría tener un mensaje o una llamada, y sin otra cosa en mente más que pensar qué nueva historia o lugar o persona conocería al día siguiente. Y Joan, en su doble rol de acompañante y acompañado también parece feliz. De verdad lo parece, aunque en sus ojos sigue depositada la bruma de muchas madrugadas opacas.

Durante las cenas, algunas en casa y otras muchas en algún pequeño restaurante, usan un inglés maltrecho que Ali puede seguir y hasta en el que logra armar pequeñas respuestas. Claire y Joan ayudan como expertos en los baches y Edmond hace su mayor esfuerzo completando con palabras en francés lo que no llega a explicar con su inglés rudimentario.  Cuando avanza la noche y la bebida, Alicia suele caer en un sueño liviano o en una indiferencia manifiesta, y en cuanto uno de ellos lo detecta, la conversación se pasa al francés.


-  Le petit turaeg espagnol est-il revenu à la vie? -pregunta Edmond una madrugada de llovizna sonora- J'ai cru que tu avais jeté des racines dans ta maison de l'île... As-tu toujours la maison, non?[1]
     - Oui oui. Je l'ai. Je reviendrai dans quelques semaines. Mais c'est que parfois j'ai besoin de Paris…[2]
Edmond lo observa entre el humo de su cigarro y reconoce la mirada de océano del fin del mundo, esa mirada que parecía haber desaparecido en las miles de fotos que Alicia trajo en su teléfono y que se empeñó en mostrar una vez que se sintió a gusto.
      - Je presque ne reconozo pas dans les photos de Alice –dice Edmond después de un par de copas. Él era un europeo atípico, nunca dejaba de preguntar- En eux, vous regardez comme un vrai Touareg : peau bronzée , les yeux brillants ...[3]
 
Edmond lee el conflicto en los gestos de su amigo y calla para dejarle espacio. Si quería hablar, solo era empezar con la primera sílaba.

Nada.

Llena entonces otra vez los vasos y propone un brindis: “Por el silencio de los corazones rotos!”

      - À votre santé- responde Joan, vencido por el alcohol y los cigarros.




[1] Trad. del francés: “¿Volvió a la vida el pequeño tuareg español?”, “Creí que habías echado raíces en tu casa de la isla. ¿tienes aún la casa, no?”
[2] Trad. del francés: “Sí, sí. La tengo. Volveré en unas semanas. Pero es que a veces necesito de París…”
[3] Trad. del francés: “Casi no te reconozco en las fotos de Alice” “En ellas te ves como  un tuareg verdadero: piel bronceada, ojos brillantes…”