domingo, 1 de enero de 2017

la playa

Ella dice:

“Cerrá los ojos… Imagínate que estás en una playa… Mejor, abrí los ojos, mirá dos segundos y volvé a cerrarlos”

Él lo hace. Imprime en sus retinas la foto del monitor.

Ella comienza:

“Estas ahí, en una reposera, con anteojos de sol, los ojos cerrados. No se escucha el ruido del mar, no hay olas. Se oye el viento en los pinos que protegen toda la pequeña playa. Cae la tarde, el sol está tibio pero no quema. Tenés la piel marcada por la sal del mar, por el calor de la tarde intensa. La caída del sol trae una especie de alivio sobre tu piel. Una brisa suave transita tu cuerpo. El roce del aire fresco te hace sentir bien.”

“Y yo…”, dice él. Ella no lo deja seguir. “Shhhh”, suave, como un susurro que lo hechiza.

“Te molesta la malla, pero ahí, en esa playa, no podés sacártela. Te empieza a atrapar la sensación de no poder hacer algo que querés, algo que te daría más placer... pero la brisa te envuelve otra vez, la piel cansada recibe la caricia y la mente se calla.”

Ella hace silencio para ver la comisura de su boca elevándose suavemente. Sigue.

“Escuchás un pequeño suspiro. Tan cerca, nadie más que vos podría oírlo. Es ella. Sabés que está ahí, bajo esa luz cálida, bañada por la misma brisa. Querés abrir los ojos y mirarla, tan tuya, a tu lado. No lo hacés. Disfrutas de su rumor. De repente pensás que tal vez otra, más buena, sería mejor. Pampita. Ahí, junto a vos, como un trofeo. El cuerpo de Pampita, a tu alcance, solo tenés que abordarla. En eso ella, la no Pampita, vuelve a sonar. Es un gemido imperceptible, tal vez esté dormida. Podrías seguir soñando. Pero…”

“Pero nada, no paro, voy con Pampita, al mando de mis deseos…” irrumpe él. No abre los ojos.

“Pero” lo ignora ella, “ese pequeño sonido se metió en tu cabeza. Cuántas veces sos vos el que lo provoca. No te acordás del primero pero te vinieron ganas de un próximo. No hay más sonidos en esa playa. Estarán solos. Tus manos ya no pueden contenerse. Tu cuerpo requiere su presencia. Sus formas ya no son como en las fotos pero siempre se encienden con tus exploraciones. Te humedeces los labios preparando el encuentro”

Él da una inspiración un poco más fuerte y no dice nada. Sigue en esa playa donde el tiempo no importa. Ella termina:

“Primero estirás el brazo para encontrarla en la inmensidad de esos veinte centímetros. No hay nada. Después abris un ojo, luego otro, todavía no te volteás hacia su lado. La tarde está violeta. Te girás, no hay nadie. El agua, la brisa, la luz, el cielo, las reposeras… Pero ella no está. Sigue ausente, como en los últimos 10 años.”

Él exhala, sentado en su soledad, sin ella en su mirada.