- Vamos a casa
de Edmond y Claire –había dicho Joan en el bar del aeropuerto mientras
esperaban la salida del avión.- Son artistas.
Cuando estaba de buen
humor, o mejor dicho, con ese ánimo de ventanas abiertas al mundo, a Joan le
gustaba describir a sus amigos para otros amigos. Sabía que muchas veces las
palabras no sirven, pero ponía especial esmero en buscarlas, acomodarlas en las
frases y pronunciarlas con todo el amor que era capaz de dejar salir.
Mirando los souvenirs de colores alineados detrás de la barra, se internó en su relato: "Claire crea decorados de
lujo para obras de teatro mientras que Edmond trabaja casi exclusivamente con
un marchand que le arrebata sus
murales abstractos para que sus clientes ricos adornen mansiones dispersas por
toda Europa. En estos días, me ha dijo que está trabajando en un tríptico para
un millonario ruso que compró un palacete en la Costa Azul."
Unas
horas después, en París, frente a ese mural, un Edmund todo pasión sentencia: “Los rusos necesitan colores
primarios para sentirse bien”, frente a la explosión de rojo y azul que salta
desde el lienzo a todo el estudio impregnando las paredes, el suelo y hasta su
ropa de trabajo.
Joan los conoce y admira
desde hace mucho tiempo, por eso ponía tanto esmero en la introducción que hizo
para su prima: “Sus trabajos tienen esas… How
should I… prints… marcas, sí, que
también encuentras cuando los miras relacionarse con los otros. Por ejemplo, Claire
es mucho más organizada, detallista… sociable y pendiente de los demás. Por eso
gran parte del día está fuera de su casa, en medio de mucha gente diferente haciendo
muchas cosas al mismo tiempo... Y las noches de estreno son como su cenit. Edmond
en cambio, es hiperactivo, casi obsesivo, sus obras son generalmente enormes, explosivas,
únicas. Es como si se moviera con una fuerza de gravedad porpia, más liviana... Durante el día nunca encuentra buenas razones para salir de su estudio y nada lo retiene en él después de que cae la noche. Mira: ella hechiza
con su diplomacia y su sonrisa abierta, él genera inquietud con sus observaciones
afiladas y sus conversaciones poco lineales que demandan esfuerzos especiales para
poder seguirlas. Pero… estas diferencias los hacen encajar perfectamente el uno
con el otro y los convierte en una compañía hermosa. Es un descanso y un
desafío estar con ellos, ya lo verás. Es como entrar en una relación
en caída libre pero sin el temor a quedar mal herido."
-
- Joan –había
dudado en aclarar Alicia, pero finalmente lo hace- no voy a poder hablar con
ellos… Yo no hablo francés…
Él la miró sorprendido y se
quedó pensativo. Le falta costumbre de incluir otras condiciones que no sean
las propias en sus desplazamientos por la vida. Mientras apura su café la tranquiliza:
“te darás cuenta de todo, ya verás. Caerás bajo sus encantos.”
Y ahí están ahora, disfrutando desde el primer día de una nueva rutina de ocio: ya no dejan discurrir banalmente
el tiempo entre sus dedos sino que convierten cada segundo en un intercambio
estimulante con el mundo. Joan y Edmond viven de noche, se reúnen con otros
amigos en bares cercanos y luego se quedan hasta la madrugada pintando,
bebiendo y charlando envueltos en humo. Ali y Claire, en cambio, aprovechan el
día desde temprano por lo que abandonan pronto las actividades vampíricas como
las suelen llamar. Al comenzar el día van juntas hasta el teatro donde Alicia mira
los avances de la escenografía y como en un juego, trata de descubrir qué
indicaciones se imparten (“Plus blues”,
“plus petite table”, “derrière …”) para poder rastrearlas en
la visita del día siguiente. Luego se va a deambular sola por la ciudad con una
guía en la mano. Pasado el mediodía se encuentran con Joan para comer y continúan
luego juntos en un recorrido más personalizado. Por las mañanas ella es una turista
más, independiente y a sus anchas. Por las tardes, una acompañante transportada
por los recuerdos de Joan.
Ese estado de excepción
parece embriagarlos a todos: Edmond disfruta ardientemente de la compañía de
Joan, “el pequeño tuareg español” como lo llama desde que se conocieron en
algún bar de sus épocas de estudiante. Claire abdicó con gusto de las tareas mundanas en las que
Edmond es incapaz de concentrarse, repartidas ahora entre sus invitados
siempre dispuestos a perderse en los mercados y reponer el alcohol con
religiosidad. Ali no suponía estar tan bien lejos de sus dos medios amantes, de
los que jamás esperaría tener un mensaje o una llamada, y sin otra cosa en mente más
que pensar qué nueva historia o lugar o persona conocería al día siguiente. Y
Joan, en su doble rol de acompañante y acompañado también parece feliz. De
verdad lo parece, aunque en sus ojos sigue depositada la bruma de muchas madrugadas
opacas.
Durante las cenas, algunas
en casa y otras muchas en algún pequeño restaurante, usan un inglés maltrecho
que Ali puede seguir y hasta en el que logra armar pequeñas respuestas. Claire y
Joan ayudan como expertos en los baches y Edmond hace su mayor esfuerzo completando
con palabras en francés lo que no llega a explicar con su inglés
rudimentario. Cuando avanza la noche y
la bebida, Alicia suele caer en un sueño liviano o en una indiferencia
manifiesta, y en cuanto uno de ellos lo detecta, la conversación se pasa al
francés.
- Le petit turaeg espagnol est-il revenu à la vie? -pregunta Edmond una madrugada de llovizna
sonora- J'ai cru que tu avais jeté des
racines dans ta maison de l'île... As-tu toujours la maison, non?
-
Oui oui. Je l'ai. Je reviendrai dans quelques
semaines. Mais c'est que parfois j'ai besoin de Paris…
Edmond lo observa entre
el humo de su cigarro y reconoce la mirada de océano del fin del mundo, esa mirada
que parecía haber desaparecido en las miles de fotos que Alicia trajo en su
teléfono y que se empeñó en mostrar una vez que se sintió a gusto.
- Je presque ne reconozo pas dans les photos de
Alice –dice Edmond después de un
par de copas. Él era un europeo atípico, nunca dejaba de preguntar- En eux, vous regardez comme un vrai Touareg
: peau bronzée , les yeux brillants ...
Edmond lee el conflicto
en los gestos de su amigo y calla para dejarle espacio. Si quería hablar, solo
era empezar con la primera sílaba.
Nada.
Llena entonces otra vez los
vasos y propone un brindis: “Por el silencio de los corazones rotos!”
- À votre santé- responde Joan, vencido por
el alcohol y los cigarros.