lunes, 19 de diciembre de 2016

He said…
Ella sabe cantar… él toca el piano… sus fotos son… pasmosas…
A él lo ves dibujar, su mirada fija, en el objeto, en el papel, siguiendo una lógica…
Ella toma las piezas y las presenta, las aleja, las vuelve a juntar…

Todos ellos tienen ese mandato interior que les dicta cuándo, cómo, dónde…

Su lenguaje propio, su orden propio, su constelación propia…

Los ves, a ellos, a cada uno de ellos, abandonar el mundo conocido y difuminarse en otro del que solo podemos observar las consecuencias…

She broke…

La realidad está moldeada por palabras, el viaje en taxi está moldeado por palabras, la compra en el supermercado está moldeada por palabras, la relación con esos otros está moldeada por palabras…

Usar palabras para abandonar el infinito esculpido por palabras no es tarea para muchos.

Hay que apostar el doble, hay que quebrar el doble, hay que saber no decir el doble.

Será que saber que no estás, que no están, me deja sin palabras para sobrevivir a la palabra.

Será eso, o tal vez, será que no…

sábado, 19 de noviembre de 2016

Querido Señor:


Sí, hace todo este tiempo. Por eso es tan difícil que bailen dócilmente las palabras, que corran sensatas a cubrir tanta ausencia. Pero mire usted: solo ellas pueden hacer estas cosas.
Le sería abrumador escuchar aquello que quiero oiga primero, quisiera evitárselo, pero es tan fuerte y sencillo el anhelo que no está bien refrenarlo. Lo extraño todavía. Pero ahora lo extraño desde esta que soy, que creo tiene bien poco de aquella que usted miraba.
Una mañana (o un atardecer, no recuerdo mucho últimamente) desperté sin ese arrebato que hacia usted me empujaba. Mi amor no estaba muerto, no, solo sosegado. Cuando cerraba mis ojos para ver los suyos sólo encontraba el color pero no su brillo. Y de su voz ya no queda una sola sílaba encajada en mi memoria.
Pero como ya le he dicho, no he olvidado. Recuerdo más que nunca y lo quiero como siempre. Pero cuando quiero soñar ya no lo invito a acompañarme. Ahora prefiero el temblor de otro cuerpo junto al mío.
Y usted pensará que esta es una última venganza. No lo diga, no es cierto. La misión de esta nueva (y vieja) carta es recordarle algo que seguro sólo usted ha olvidado.
En una tarde de vino y deseo, usted declaró su emoción por mi pelo. Y yo, loca de amor por usted, lo puse en sus manos. “Es tuyo” le dije, “te lo regalo”. Usted lo aceptó como suyo y yo gané el universo entero con esa entrega.
Desde entonces le pertenece. Pero ahora señor, necesito todas las partes de mi cuerpo para volver a amar.
Si me hiciera el favor, si dejara de enredarse entre mi pelo, si dejara de esconderse y asaltarme, si pudiera volver para decirme hola, tal vez yo podría decirle adiós. Ya no soy más que una esperanza calva y estas nuevas manos que me abrazan ya no saben cómo retenerme.
Si quiere quédese usted con un mechón, el más rebelde, y llévelo a pasear, a tomar café y al cine. Ensortíjelo mientras lee un libro clásico y límpielo con cálida ternura. Pero con el resto, por favor, haga un bonito paquete, envuélvalo en papel rojo y envíemelo cuanto antes. No quiero que esos sentidos que usted una vez despertó se marchiten entre fantasmas.
Nada más tengo que pedirle, espero me comprenda.
Me despido de usted con una porción considerable de mi amor,

Su.

(escribí esto para él hace varios siglos. Sobran algunas palabras, como debe ser. Detesto los finales donde gana la injusticia y las batallas se pierden y los que amamos ya no disfrutan del cielo y el agua)
Te vamos a extrañar todo el resto de nuestras vidas.

lunes, 3 de octubre de 2016

En Paris es primavera (II)

      - Vamos a casa de Edmond y Claire –había dicho Joan en el bar del aeropuerto mientras esperaban la salida del avión.- Son artistas.
Cuando estaba de buen humor, o mejor dicho, con ese ánimo de ventanas abiertas al mundo, a Joan le gustaba describir a sus amigos para otros amigos. Sabía que muchas veces las palabras no sirven, pero ponía especial esmero en buscarlas, acomodarlas en las frases y pronunciarlas con todo el amor que era capaz de dejar salir.

Mirando los souvenirs de colores alineados detrás de la barra, se internó en su relato: "Claire crea decorados de lujo para obras de teatro mientras que Edmond trabaja casi exclusivamente con un marchand que le arrebata sus murales abstractos para que sus clientes ricos adornen mansiones dispersas por toda Europa. En estos días, me ha dijo que está trabajando en un tríptico para un millonario ruso que compró un palacete en la Costa Azul." 

Unas horas después, en París, frente a ese mural, un Edmund todo pasión sentencia: “Los rusos necesitan colores primarios para sentirse bien”, frente a la explosión de rojo y azul que salta desde el lienzo a todo el estudio impregnando las paredes, el suelo y hasta su ropa de trabajo.

Joan los conoce y admira desde hace mucho tiempo, por eso ponía tanto esmero en la introducción que hizo para su prima: “Sus trabajos tienen esas… How should Iprints… marcas, sí, que también encuentras cuando los miras relacionarse con los otros. Por ejemplo, Claire es mucho más organizada, detallista… sociable y pendiente de los demás. Por eso gran parte del día está fuera de su casa, en medio de mucha gente diferente haciendo muchas cosas al mismo tiempo... Y las noches de estreno son como su cenit. Edmond en cambio, es hiperactivo, casi obsesivo, sus obras son generalmente enormes, explosivas, únicas. Es como si se moviera con una fuerza de gravedad porpia, más liviana... Durante el día nunca encuentra buenas razones para salir de su estudio y nada lo retiene en él después de que cae la noche. Mira: ella hechiza con su diplomacia y su sonrisa abierta, él genera inquietud con sus observaciones afiladas y sus conversaciones poco lineales que demandan esfuerzos especiales para poder seguirlas. Pero… estas diferencias los hacen encajar perfectamente el uno con el otro y los convierte en una compañía hermosa. Es un descanso y un desafío estar con ellos, ya lo verás. Es como entrar en una relación en caída libre pero sin el temor a quedar mal herido."
-          
       - Joan –había dudado en aclarar Alicia, pero finalmente lo hace- no voy a poder hablar con ellos… Yo no hablo francés…

Él la miró sorprendido y se quedó pensativo. Le falta costumbre de incluir otras condiciones que no sean las propias en sus desplazamientos por la vida. Mientras apura su café la tranquiliza: “te darás cuenta de todo, ya verás. Caerás bajo sus encantos.”

Y ahí están ahora, disfrutando desde el primer día de una nueva rutina de ocio: ya no dejan discurrir banalmente el tiempo entre sus dedos sino que convierten cada segundo en un intercambio estimulante con el mundo. Joan y Edmond viven de noche, se reúnen con otros amigos en bares cercanos y luego se quedan hasta la madrugada pintando, bebiendo y charlando envueltos en humo. Ali y Claire, en cambio, aprovechan el día desde temprano por lo que abandonan pronto las actividades vampíricas como las suelen llamar. Al comenzar el día van juntas hasta el teatro donde Alicia mira los avances de la escenografía y como en un juego, trata de descubrir qué indicaciones se imparten (“Plus blues”, “plus petite table”, “derrière …”) para poder rastrearlas en la visita del día siguiente. Luego se va a deambular sola por la ciudad con una guía en la mano. Pasado el mediodía se encuentran con Joan para comer y continúan luego juntos en un recorrido más personalizado. Por las mañanas ella es una turista más, independiente y a sus anchas. Por las tardes, una acompañante transportada por los recuerdos de Joan.

Ese estado de excepción parece embriagarlos a todos: Edmond disfruta ardientemente de la compañía de Joan, “el pequeño tuareg español” como lo llama desde que se conocieron en algún bar de sus épocas de estudiante. Claire abdicó con gusto de las tareas mundanas en las que Edmond es incapaz de concentrarse, repartidas ahora entre sus invitados siempre dispuestos a perderse en los mercados y reponer el alcohol con religiosidad. Ali no suponía estar tan bien lejos de sus dos medios amantes, de los que jamás esperaría tener un mensaje o una llamada, y sin otra cosa en mente más que pensar qué nueva historia o lugar o persona conocería al día siguiente. Y Joan, en su doble rol de acompañante y acompañado también parece feliz. De verdad lo parece, aunque en sus ojos sigue depositada la bruma de muchas madrugadas opacas.

Durante las cenas, algunas en casa y otras muchas en algún pequeño restaurante, usan un inglés maltrecho que Ali puede seguir y hasta en el que logra armar pequeñas respuestas. Claire y Joan ayudan como expertos en los baches y Edmond hace su mayor esfuerzo completando con palabras en francés lo que no llega a explicar con su inglés rudimentario.  Cuando avanza la noche y la bebida, Alicia suele caer en un sueño liviano o en una indiferencia manifiesta, y en cuanto uno de ellos lo detecta, la conversación se pasa al francés.


-  Le petit turaeg espagnol est-il revenu à la vie? -pregunta Edmond una madrugada de llovizna sonora- J'ai cru que tu avais jeté des racines dans ta maison de l'île... As-tu toujours la maison, non?[1]
     - Oui oui. Je l'ai. Je reviendrai dans quelques semaines. Mais c'est que parfois j'ai besoin de Paris…[2]
Edmond lo observa entre el humo de su cigarro y reconoce la mirada de océano del fin del mundo, esa mirada que parecía haber desaparecido en las miles de fotos que Alicia trajo en su teléfono y que se empeñó en mostrar una vez que se sintió a gusto.
      - Je presque ne reconozo pas dans les photos de Alice –dice Edmond después de un par de copas. Él era un europeo atípico, nunca dejaba de preguntar- En eux, vous regardez comme un vrai Touareg : peau bronzée , les yeux brillants ...[3]
 
Edmond lee el conflicto en los gestos de su amigo y calla para dejarle espacio. Si quería hablar, solo era empezar con la primera sílaba.

Nada.

Llena entonces otra vez los vasos y propone un brindis: “Por el silencio de los corazones rotos!”

      - À votre santé- responde Joan, vencido por el alcohol y los cigarros.




[1] Trad. del francés: “¿Volvió a la vida el pequeño tuareg español?”, “Creí que habías echado raíces en tu casa de la isla. ¿tienes aún la casa, no?”
[2] Trad. del francés: “Sí, sí. La tengo. Volveré en unas semanas. Pero es que a veces necesito de París…”
[3] Trad. del francés: “Casi no te reconozco en las fotos de Alice” “En ellas te ves como  un tuareg verdadero: piel bronceada, ojos brillantes…”

viernes, 30 de septiembre de 2016

En París es primavera (I)

Sin siquiera reconocérselo, Joan está entusiasmado con poder sumergir a su prima en una de sus vidas anteriores. Volverá a sentirse un citadino acostumbrado al bullicio, a la comida delicada y hermosa, a la mejor bebida y a derrochar tiempo en los detalles: un bon vivant[1] parisino.

Nunca había necesitado mucho dinero para conseguirlo, solo buenos amigos que lo hospedaran y trabajos temporales fáciles de abandonar cuando llegaba el hastío. Después de la claustrofóbica experiencia en el internado, encontró la manera de no permanecer mucho tiempo en ningún sitio y al mismo tiempo ser local en alguno de ellos. En París disponía de tres o cuatro casas dispersas por toda la ciudad en donde era recibido con alegría. Él llegaba a la vida poco convencional de sus amigos, se acoplaban un tiempo entre reuniones y charlas y luego se iba. Un mundo vivido día a día, entre imprevistos e impulsos, como si el tiempo no fuera un componente decisivo.

Ali y Joan llegan al centro de París y como persiguiendo un rastro oculto en el viento, él camina empujando su maleta con ella detrás siguiéndolo a paso firme. No encontraron a sus anfitriones en el primer bar pero sí en el segundo: un pequeño local diferente a los españoles a los que estaban habituados, en donde la gente no parece tener urgencia por terminar la charla o la bebida que los mantiene en contacto.

De pie cerca de la barra Edmond habla animosamente con otro hombre, mientras Claire los observa sonriente sentada en medio de ellos en un taburete alto. Es ella la que distingue a Joan entre la gente y salta del asiento para ir a su encuentro. Lo abraza con una ternura sensual en donde él se acomoda y descansa hasta que Edmond interrumpe con vigorosos movimientos de brazos que más parecen sacudidas que abrazos.

Hablan en francés por lo que Alicia solo puede seguir los movimientos. Sonríe, contagiada por la alegría que emana de ellos. Antes de que se diera cuenta, Joan ya tiene un cigarro en la boca y dos copas de vino tinto para compartir con su prima.




[1] Trad. del francés: buen vivir, buena vida.

jueves, 28 de julio de 2016

En París es primavera

-          ¿Nos vienen a buscar? –pregunta Alicia con cierto desdén. La oscurecen brumas de odio hacia la isla todavía.
-          No. No funciona así –responde Joan mientras sigue por la pequeña ventana el carretear del avión por la pista. La frase saca del letargo a su prima.
-          ¿Y cómo funciona entonces?
-          Llegaremos cerca de las siete… Los encontraremos en el bar.
-          ¿Qué bar?
-          EL bar
-          ¿Su bar? ¿Tienen un bar? –llega a preguntar ella mientras Joan recoge las pequeñas valijas de encima del asiento. Parece que no pueden mantenerse lejos de los bares.
-          No, no tienen un bar. Pero a las siete de la tarde no están en su casa. Están en un bar.
-          ¿Y cómo vamos a saber en qué bar?
Joan deja de contorsionarse en su intento por acomodar valijas, abrigo, IPod y la bolsa de bebidas del Free Shop, solo para mirarla fijo y sonriendo decir: “Everything´s fine now[1]
-          Bueno –responde ella aliviada. Aprendió a creer en él cuando dice que todo o algo va a salir bien- Mientras no terminemos durmiendo debajo de un puente…
-          No sería la primera vez
-          ¡Joan!
-          No siempre fui rico, recuerda… conozco un par de ellos bien bonitos y acogedores
-          ¡Joan!
Solo recibe otra sonrisa como respuesta mientras que por fin comienza a moverse la fila para dejar el avión.
-          De todas maneras, recuerda dear que París no es para quedarse en casa, eh? - Y agrega – Tranquila, aquí nadie va a andar con chismes el día después…




[1] Trad. del inglés: Todo está bien ahora 

Luis

uf... hace tanto que no paso por esta dimensión...
Es que hay cosas que encienden la mecha...

Hace un rato estuvo Luis, hablando tan bien como siempre lo hace.
Y como cada vez que lo veo, que lo escucho, irrumpen los recuerdos de cuando aquella primera vez, con ansiedad, esperaba conocer su rostro.

Qué tiempos esos... tan, tan, lejanos...
Lo recuerdo así. Un día se anunció una charla. En el centro, no me acuerdo sobre qué o sobre quién. Pero él iba a estar. Saldría de su escondite de noticias solo para mí. Digo, solo para mí "saldría" de dónde no estaba escondido. Es que así era antes: a pesar de leerlo todas las semanas, a pesar de conocer y compartir su mirada del mundo, no conocía su cara. En aquella época sin internet la huella la tenían que labrar las palabras, no las imágenes. Las palabras dan marco, contexto, historia en cada frase. Las palabras dan tiempo para pensar qué decir, cómo decirlo, dónde, cuándo, para quién.
Una foto no exige nada. Una imagen, lo que mejor sabe hacer, es ocultar.

Subía por Corrientes desde el bajo, por primera vez de la mano de ese amor, en esa nuestra primera salida juntos. Ese amor que duró lo que duró a pesar de haberlo esperado tanto. Íbamos haciendo apuestas, ¿sería morocho o rubio? ¿Usaría lentes o no? ¿Alto o bajo? ¿Gordo o flaco?
Acerté, creo recordar, en casi todo. Pero igual no era importante, por que era solo su imagen. Y tampoco importaba ganar: ya se sabe que cuando una está enamorada, las palabras son solo abrazos tácitos.

Pasó ya tanto tiempo... Ahora, escuchándolo, se me antoja una pasado único, como una gran gran panorámica donde todos mis recuerdos conviven en un mismo instante. Y Luis está hablando, y yo lo estoy leyendo, y camino de la mano siguiendo al amor, y me subo al avión, y duermo en el Sena, y vuelvo a casa, y los que no están no se fueron, y...

Bueno, a veces las imágenes juegan su mejor papel e invitan a soñar...
buenas noches.