Me
gusta enumerar prolijamente, pero esta vez, no.
Esta
vez, prefiero una masa amorfa de gustares y no gustares, un tirar de la cuerda
y que vayan saliendo, las cosas, las que gusto o no gusto, las que están o que
estuvieron y que por eso las degusto más, o las que no estuvieron y por eso las
hecho tanto de menos.
El
café con leche de la mañana (jarro de leche con dos cucharadas de café
instantáneo). Es sumamente importante que esté, cada mañana, cada una de las
mañana de mi vida, una vez que dejó de ser un toddy, una vez que superé el año
de rebeldía idiota y me iba a la escuela sin desayunar, porque sí, porque no
sabía que me gustaba tanto, el café con leche, con dos de azúcar.
Me
gusta el sol en invierno y la sombra en verano. Me gusta la ciencia ficción
pero no el terror. Me gusta más Cortázar, Arlt, Camus y Gelman que Borges,
Lugones, Celine y tanto poeta que anda por ahí creyendo que es fácil escribir
poesía y te suelta impune una chorrera de palabras que no dicen, ni siquiera,
lo que insinúan.
Me
gusta mi gato y los gatos que se le parecen. Me gusta verlo dormir,
despatarrado, en medio del sillón como si todo lo que existe en el universo
fuera suyo. Me gusta como se escurre discretamente cuando sabe que tres son
multitud.
Me
gustaba Ibiza. No sabía ni que existía pero un día me gustó y duró lo que hizo falta.
Ahora me gustan muchas de las personas que viven ahí, me gustan sus calas
discretas, su mar transparente y sus acantilados mágicos. Pero Ibiza ya no me
gusta, ya no.
Me
gusta establecer largas conversaciones con chicos chiquitos, dejarme arrastrar
por su lógica purísima. No soporto más de dos segundos las charlas de
compromiso ni la lógica cínica de algunos adultos.
Me
gustan las montañas, los lagos. Me gusta irme de viaje a donde no entienda de
los que hablan. Me gusta viajar para conocer otras verdades y en el mientras
tanto, tomarme unos miles de mates en alguna plaza de pueblo creyendo que
podría ser de ahí si no fuera que alguna absurda coincidencia no lo quiso.
Me
gustan casi todos los mamíferos y casi ningún insecto. Me gusta la política
aunque no la entiendo. Me gusta saber que la justicia hace justicia porque así
las cosas están como deberían y me siento tranquila, ordenada, satisfecha, en
paz.
Me
gustan las lapiceras, los cuadernos, las revistas. Me gusta el silencio después
que mamá habló y habló, hablo, habló, habló y habló… No me gusta tu silencio
cuando es solo ausencia.
Me
gusta arriba, abajo, de costado, en silencio, conversando, de pie, sentados,
acostados. Me gusta cuando me amas y te amo por todos los rincones de mi casa.
Y de la tuya.
Me
gustan las fotos, escribir, leer, resolver los problemas justo en el momento en
que aparece el vértigo de sospechar que no va a haber solución, pero al final
la hay. Me gusta el trabajo pero no el que tengo.
Me
hubiera gustado tener hijos. Me hubiera gustado tener padre.
Me
gustan las series de la tele con familias disfuncionales, con individuos rotos.
Pero cuando pienso que son actores que ganan millones de dólares por hacer de
alguien que bien podría ser yo, ya no me gustan. Me gustaba Meteoro y Astroboy
pero ahora no me divierten ni por nostalgia.
¿Alguna
vez me va a gustar cambiar de sueños? ¿Alguna vez me gustará cocinar? ¿Quizás
algún día me guste ser tercera, o segunda o hasta última en alguna de esas
travesías imposibles?
Me
gustan algunas palabras: duna, chichón, cutre, guarro, salamín. Me gusta jugar
con las palabras, que juguemos a recortar palabras en el aire, que armemos
redes volátiles de palabras. Que susuremos palabras, que olvidemos palabras,
que comamos palabras.
Me
gusta esa foto sorpresiva donde estamos todos riendo, donde no sobra nadie.
Me
gusta cantarme canciones cuando voy a hacer algo que me da miedo o me llena de
orgullo, cuando me lastiman y no se que otra cosa hacer, cuando quiero
exorcizar fantasmas.
Y
como no hay imperativo para el verbo gustar, me hubiera o hubiese gustado, o
mejor, me gustaría llamarte, algún día.
1-3-2009
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