¿Cuándo conocí a Juan? No lo recuerdo. Habrá
sido en los 90 cuando me rodeaba de poetas o amantes de la poesía. ¿Lo conocía
de antes? No lo sé. Sé cuándo conocí a Albert, podría precisar no solo el año,
sino también el mes. Pero con Juan no puedo. Si recuerdo la época en que
comencé a amarlo con todas esas imprecisiones y esa arrogancia de reescribir la
historia que tiene el amor. Pero no puedo recordar cuando quedé anclada en sus
ojos por primera vez.
Eso tiene una cierta ventaja: como no sé desde
cuándo, puedo envolvernos en un siempre. No estuve a en sus peores momentos, no
estuvo en los míos, es verdad. Pero
existimos juntos en esas noches de Versos Dispersos, en una pequeña
calle de Ibiza, en ese estudio de radio donde por una hora todo era versos. Conservo algunas grabaciones pero no tengo
aquella en que leí al aire por primera vez Preguntas.
¿Y si dios fuera una mujer? ¿Y si dios fuera las seis enfermeras locas del
Pickapoon Hospital?
Lluvia (Llueve mucho, mucho, y pareciera que están lavando el mundo) vino
después, poco después.
Pero, ¿qué es esta obsesión obscena de anclar
el tiempo? ¿Es que no aprendí nada?
Un día, cualquier día, desde el sótano de la
librería llegó Hoy que estoy tan alegre,
que me dicen. Con ese poema empecé mi blog, porque Juan, además de todo,
era eso: ese contagio de escritura, ese motor que impulsaba a escribir para ser
parte de ese mundo donde todo podía ir o estar mal pero donde estábamos perdida
y enérgicamente vivos.
Elijo tener a Juan para siempre en esos tres poemas.
Los separo del resto por razones o sinrazones. Cada vez que lea alguno de esos
tres, en voz alta o sólo para mí, Juan va estar más vivo que nunca. Porque eso sí lo aprendí, Juan. Hay que
aprender a resistir. Ni a irse ni a quedarse, a resistir, aunque es seguro que
habrá más penas y olvido.
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