Hace algunos
años, iba leyendo en el colectivo, camino a casa de mi hermana, un apunte sobre
un texto de Gramsci; una fotocopia casi incomprensible, creo que de Los
Intelectuales y la organización de la cultura. Era un domingo apacible en viaje
hacia un asado mientras apuraba textos teóricos para la materia de la facultad
que estaba cursando. Un material complejo y rico, en el que me sumergí a mitad
de camino y del que surgí distinta a pocas cuadras de llegar. Como si nada, el
tiempo en que el colectivo recorrió esas cuarenta cuadras se había evaporado.
Ese mismo tiempo sobre el que reparaba perplejo el personaje de Cortázar entre dos
estaciones del subte parisino volviéndose caprichoso también para mí.
Bajé el apunte y
miré por la ventana, las mismas cuadras de siempre. Ahí estaban, tan iguales. Seguí
leyendo dos oraciones más y de pronto, como un golpe, el párrafo terminaba en
ausencia sepultada con dos corchetes, tres puntos suspensivos y una nota al pie.
“No se lee en el original” decía, “estas notas, recogidas en los cuadernos que
Gramsci escribió durante su cautiverio…”
Treinta y dos
cuadernos, escritos durante su encierro, no pensados para ser publicados pero
que contienen un desarrollo intelectual que iba a revolucionar el siglo veinte
y que solo fueron interrumpidos definitivamente cuando su salud así se lo
exigió. Él escribía a pesar de todo, y todo quiere decir muchos horrores,
muchas derrotas, muchas desapariciones. Y él, desde ese lugar desoladamente
real, con papel y tinta, viviendo e imaginando un mundo diferente.
Y de pronto una
mamushka: el nuevo mundo con el comunismo repensado, Gramsci en su celda
escribiendo, yo leyendo en un colectivo, la radio comentando los partidos de la
tarde, la señora que toca el timbre para bajar, el carbón a quince cuadras
empezando a crepitar. Por un momento, no supe qué de todo eso merecía el valor
de real.
Llegé a casa de
mi hermana, aturdida por estas realidades paralelas y le cuento el jodido
descubrimiento de la volátil frontera entre los mundos. Ella, psicoanalista, me
responde: “Claro nena, es la realidad psíquica”
Muy bien, ese
domingo algo se hizo añicos para que otra cosa pudiera nacer. Algún día.
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