Hubo un día perfecto. Lo sé, lo sentimos.
Esa tarde en que vos y yo, solo vos y yo, dejamos todo para
contarnos del aire que nos permite seguir vivos. No había nadie más. Estaba la oficina, nuestros robots, ese
jefe ahí, ese compañero allá. Lleno de otros. Pero solo nosotros dos.
La pureza del momento vino de hacer callar a cada una de
nuestras historias personales. Fuimos eso, ese segundo. Inventando con los pies
en el aire, chapoteando desde un muelle sobre un río que pasa. Hablando como si
estuviéramos en silencio. Al borde de nada, en medio de todo.
Pero un día él empezó a hablar. Trajo al silencio
entre nosotros. El agujero de gusano que aprovechó para crecer, desplegarse.
Dominar.
Él no sabe de entrega. No entiende que puede ser por nada.
Viene con sus reglas, sus estructuras, sus mortajas.
Y nos hizo callar. Y la noche fue solo noche.
Un día te dijo: “basta!” y te fuiste con él.
Y no es en otro lugar. Es nunca.
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