jueves, 15 de noviembre de 2007

nadie sabe

Es casi de noche ya. Vuelven de la sierra, como aquella primera vez, hace apenas dos semanas. Nacho conduce con Patricia sentada a su lado. Su amigo duerme, con sobresaltos, en el asiento de atrás.
Pasaron tantas cosas en tan pocos días.
Francisco ya no es un misterio: la amarga relación con su propia vulnerabilidad es un remolino que lo arrastra a fondos oscuros. No va a salir porque no quiere; nada de lo que hay fuera de su mundo lo seduce más que su melancolía.
Nacho piensa en su trabajo, en esa idea original que no llega, en esos clientes que quieren irse. Mira por el retrovisor el inquieto sueño de Francisco y piensa que él no podría vivir así. Tan al borde. “Pero yo no tengo su talento”, se dice, se golpea.
Patricia mira la carretera iluminada por luces sepias. Gira la cabeza para observar a Nacho, tan concentrado en el rumbo. Hoy no es noche para hacerse preguntas. Le sonríe sin que él lo note y vuelve a mirar la carretera, a su lado.

En la radio suena una canción de Francisco. Ella sube un poco el volumen y canta en susurros.
- Es bueno el condenado –refrenda Nacho
- Escuchamos a Francisco Ferro quien en este momento está preparando su nuevo trabajo…
En este momento. Nadie sabe.

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