domingo, 16 de agosto de 2009

Albert (cont.)

.
Empezamos a andar sin rumbo. Lo hacemos de vez en cuando. Caminamos hacia donde sea y cuando nos cansamos, si hay algún lugar para sentarse, lo aprovechamos. Sino hay, miramos a que calles llegamos y decidimos si volvemos a pie o buscamos algún medio de transporte. Es el único tiempo en que no se dónde estoy ni para adónde voy. Dejo ese mirar para fijar referencias; observo todo pero así como llega se borra de mi memoria. Sé que él tampoco sabe dónde está; sé que no me está guiando, solo sé que a donde quiera que lleguemos lo haremos juntos. Esas caminatas se repiten desde hace muchos años. Y digo se repiten porque en su evocación es siempre la misma, con distintas charlas, pero siempre la misma. Es aquella la de las tardes de otoño cerca del mar, cuando dejábamos atrás la ciudad para adentrarnos en el campo escarpado de rocas anaranjadas y resaca de pino. El sol tibio inundando, aún hoy, las frías noches de Buenos Aires.
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario