sábado, 3 de septiembre de 2011

Línea L. (ii)

Busco en internet y hay una película donde trabaja L. Está filmada en Punta del Diablo. Estuve ahí hace un par de años, de vacaciones con unos amigos. Fueron diez días maravillosos. Muchas charlas, asado, vino, paseos. Poco mar (días bastante nublados), muchas risas. ¿Cómo se vuelve a un lugar donde se fue feliz? Sin prejuicios, creo. Sin pensar. Solo se va como si fuera nuevo pero conociendo dónde comprar el pan o dónde no comprar asado. Durante esos días aprovechamos además para tejer varias novelas: desplegamos algunas de nuestras historias secretas e inventamos juntos otras donde el deseo expandía todas sus armas.

Consigo la película. La dejo reservada para el sábado a la tarde.

La tormenta azota mi octavo piso con la misma intensidad que en la pantalla. Pura coincidencia. La historia es triste, con pocas palabras. Un día voy a escribir sobre un personaje que no dice mucho pero que sin embargo, no escatima voz para transmitir todos sus sentimiento. En ese mundo me gustaría vivir: la gente dice lo que siente, no lo que le gusta.

Al terminar la película -L. sigue sin defraudar-, empiezo a pensar en mis próximas vacaciones. Me doy cuenta de que el gran viaje no va a ser posible. No puedo viajar en esa fecha. Entonces debo pensar en otros rumbos.

En pleno agosto tormentoso, la idea de una playa tibia altera mi piel.