jueves, 21 de febrero de 2008

Maicol de Avignon

Hay en Avignon un tipo que se viste y ve como Michael Jackson.
Un poco más negro, con el pelo engominado y un bucle cayendo sobre la frente. Lentes oscuros, zapatos con taco, camperita corta, ella si, negra oscura.

Pasamos por ahí un otoño. Empezaba a hacer frío y desde los bares de la peatonal junto al palacio de los papas, era terriblemente acogedor ver pasar a la gente al atardecer.

De pronto apareció él. Recorriendo la rambla de arriba a abajo, yendo como si no se diera cuenta de que todos (todos) lo miraban. Iba y venía, sin mirar a ningún otro lado que hacia la distancia efímera que se alejaba delante de sus ojos.
- ¡Mirá, parece Michael! –dijimos las tres sin quitarle la vista a los detalles.
Pasó hacia el sur, una vez más, hacia abajo, mostrando la espalda de su chaquetilla.
A la vuelta se detuvo y entró al mismo bar donde nosotras disfrutábamos del chismorreo.
Se sentó justo detrás nuestro
.
Juro, las tres juramos, que el mozo lo llamó “Michael”

En ese entonces el verdadero Jackson todavía no había incubado a sus tres hijos ni se sabía de lo solidario que era con tantos otros niños en su Neverland.
Pero seguro que al Michael de Avignon eso no le hizo mella.
Seguro seguirá recorriendo la peatonal de su pueblo, con el bucle engominado y la sonrisa agradecida cuando el mozo del bar lo saluda con un “bon jour, Michael”.

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