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Hace un par de días que el calor dejó de ser tan inhumano. Buenos Aires se redibuja para los que todavía estamos acá.
Ahora tardo 20 minutos menos en llegar a casa desde el trabajo. Y con el cambio de hora, las tardes son más largas, las mañanas más nuevas. Parece que nos complementamos mejor: cuando me despierto no hace tanto que empezó el día, cuando se me acaban las fuerzas, también se apaga el sol.
Pero lo que más me impresiona es el silencio. O casi. Hay menos gente, hay menos coches, y el ruido de la ciudad es más leve.
Buenos Aires es como un bar populoso con sólo la mitad de los clientes. Pero abierto, siempre abierto.
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