lunes, 20 de agosto de 2007

definición innecesaria

Dejó sólo los libros, los que sobrevivieron a tantas mudanzas, junto a una nota. “Vuelvo el sábado”, decía. Su primera, única importante, mentira. Dolorosa, sangrante, eterna.
Hasta entonces mi biblioteca eran cuentos de Disney y revistas de historietas. Meteoro, Billiken, Anteojito. Más lejanos y distantes que mi padre ese sábado -y todos los demás de mi vida-, eran sus libros. Asqueología perruna, creía yo, dispuesta siempre a entender poco, a cambiar realidades obvias. Arqueologías peruanas. Era cierto. Era ausencia.
Un año después, fruto del cóctel de tanto viaje y tanto libro, llegué a Marte. Fui Ylla en un planeta a punto de cambiar para siempre; fui quien esperó que un marciano con su cara, volviera para no irse, para quedarse, conmigo, en casa.
Fui Elena derrumbándome frente a los árboles que mueren de pie. Fui un habitante de justicia colectiva y violenta en Fuenteovejuna. Así pasó la escuela secundaria, despertándome en medio de una guerra declarada en los diarios y la tele, con una masacre, con miles de vacíos, desapariciones, dolores, que no tardarían en salir a la luz.
Volví a las revistas justo cuando las revistas empezaban a volver. Humor, El porteño, El péndulo, Fierro, Página 30. Y los diarios, con su carga de novedad urgente, presente, doliente.
Y de nuevo con los libros entré a Latinoamérica. Los premios, Rayuela, La casa tomada, La autopista del sur. Julio. Fui quien escribió al coronel Aureliano Buendía avisándole que llovía en Macondo. Y me senté también en una mesa de La catedral, en Lima, cuando Vargas no era tan europeo.
Después llegó Kafka, con esa sensación de escarabajo tan conocida, con su castillo impenetrable, lecturas compartidas, en voz alta, con mi hermana. Nuestras risas frente a la impotencia. Nuestra fortaleza frente a las duras y desoladoras murallas.
Él. Mi táctica fue mirarlo, aprender como era, quererlo como era. Mi estrategia fue más profunda y más simple. Y lo perdí. Mario en la mirada. Entonces, la culpa es de una cuando no enamora, la culpa, de una, cuando se van, cuando siembran retirada.
España. Desembarqué con un solo libro: El extranjero. Y yo tampoco velé a mis muertos, y fui culpable –aún lo soy- por no llorar donde debía.
Entendí que la peste, la caída, la padecemos todos los que esperamos tener una casa frente al mundo.
Vinieron más franceses, desde la orilla izquierda, desde Indochina. Y por contagio, llegó la poesía. Lorca, Rimbaud, Blas de Otero. Y sobre todos, Juan. Tal vez dios sea una mujer, con sed y paciencia de animal. Empezó a llover, y parecía que estaban lavando el mundo.
Lunes, de 22 a 23, Versos dispersos. En la elección de cada verso, la confirmación de ser mujer, de ser latinoamericana, de ser búsqueda y acción, de tener presente y futuro.
Arlt se instaló entre nosotros, dos. Fui el juguete rabioso de un Erdosain modernizado. Fui esa a la que humillar como venganza por sentirse humillado. Hasta que un día desperté mujer y después fui firme. Y entendí que a veces el amor tiene signo negativo. Y que es mejor dejarlo. Lo hice cuando aún lo amaba. La ausencia otra vez pero con pretensiones de ser larga. Y los 20, 200, 20.000 poemas de amor dejaron paso a una única canción desesperada.
Llegó el reposicionamiento, inevitable después de la derrota. Lo que completaba a los libros, los amigos, ayudaron a barajar y dar de nuevo. Una nueva partida, una nueva jugada. Y en medio de ese todo y esa nada, apunto e hirió de muerte La voluntad. La primera para recordarme dónde fui feliz potencia. La segunda para arrebatarme, otra vez, el candor. La tercera para imponerse con un “a pesar de todo, es ahí”.
Ni las cireres, ni los enmig d’una fam absurda, ni el blues de l’aplom pudieron retenerme. Volví a casa. Y quise que fuera en serio.
Teoría y facultad llegaron juntas, Bajtin y Gramsci, Saussure y Williams, Petit y Adorno. Y muchos, muchos y más latinoamericanos y argentinos. Más Juan, más Martín. Metamorfosis, está vez, en mariposa.
Fui Cósimo también, enojada, confundida, acostumbrada, asilada. De rama en rama. Fui mitad, armadura vacía, niño abrumado por la guerra. Fui ese Gran Kan al que Polo le contaba su imperio.
Hoy, hace todos esos años. Todos los libros, las letras, están conmigo. Algunos vuelven una y otra vez, otros sólo están, siguen, evocan. Regresan los que nunca se fueron, renacen versos que no conocía. No he crecido, él tampoco. Aún nadie en la mirada.
Hoy, las heridas de ausencia son ya fragmentos pequeños. Casi invisibles. Hoy todo está, casi todo.
Hoy, todos, juntos, empezamos, nuevos.

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