viernes, 6 de julio de 2007

El tiempo hizo lo suyo. Después de un mes, dejé de ser la nueva. Con la gente, los compañeros de trabajo, la cosa es relajada, mucho trabajo que requiere concentración, pero alegres. Todavía no se como puedo escribir y leer con tanto ajetreo alrededor.
Y la “aptitud profesional” crece día a día. Resolviendo a brazadas cortas, a manotazos, hace falta valentía y osadía para empezar a ocupar el lugar. Sí, aunque esas palabras suenen solo aplicables a grandísimas hazañas, se necesitan todos los días en cosas más o menos cotidianas.

Esta semana volví sonriendo a casa. Quería pensar, y lo hago. Quería estar con más gente trabajando en equipo y no estar pendiente de todo todo el tiempo, y ahora el mucho trabajo es un alivio.
No quería la luna, solo una noche viva para disfrutarla. Una pieza del rompecabezas -¿qué otra cosa es una vida feliz?- está acomodada.
¿Por dónde sigue el juego?

Simplemente, sentí en mí, de pronto, la necesidad de lo imposible. Las cosas, tal como son, no me parecen satisfactorias. Por eso necesito la luna, la felicidad o la inmortalidad, algo descabellado quizás, pero que no sea de este mundo… (Calígula, Albert Camus)

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