jueves, 7 de junio de 2007

Devenientes

Una tiene sus autores favoritos, esos que se sienten como si fueran de la familia. Los míos son varios: Arlt, Camus, Cortázar, Gelman, Calvino.
También hay otros que alguna vez me deslumbraron, pero que sin embargo no son tan “míos”: Caparrós, Lorca, Bradbury, Di Benedetto, Miguel Hernández. Y varios, varios más.

Los “míos” tienen como una columna vertebral en común. Todos vienen de la desesperación, de la conmoción ante la “injusticia” que les tocó vivir (pobreza, guerra, abandono, desaparición) y, aunque repuestos ya de ella, la llevan clavada en la escritura como pocos pueden hacerlo. Pero no son sólo sobrevivientes: son consecuencia, son el devenir de aquellos que hubieran sido si no… Por eso, devenientes.

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Hoy que busco palabras para acompañar a una amiga de tan lejos, me refugio en Las Ciudades Invisibles de Ítalo Calvino:
“Yo hablo, hablo –dice Marco- pero el que me escucha sólo retiene las palabras que espera. (…) Lo que dirige el relato no es la voz: es el oído”
(Es decir: ¡ojo! A veces las palabras no sirven para comunicar algo)
Y más:
“Cada ciudad recibe su forma del desierto al que se opone”
Pero hay ciudades peores que desiertos, y las murallas con las que se rodean son sólo para no reconocerse más estériles que esas dunas bellas a la luz de la luna.

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