sábado, 10 de septiembre de 2011

Línea L. (iv)

Domingo, 6 de la tarde: hora de la desesperanza. ¿Qué mejor que tomar la línea L. a ver a dónde me lleva?


Una película recomendada en la que L. hace un papel chiquito. Nada, no más de 7 minutos en una película de hora y media. Pero la Línea L es así: no se cuestiona nada, arremete, avanza. Aunque este “encuentro” tiene truco: es sobre un cuento de Di Benedetto –otra de mis manías breves- y con otro actor que me gusta al que supe una vez con la incondicional ayuda de L. (otra L. en mi vida) regalarle un libro de, casualmente, Di Benedetto.

En este punto debería plantearme si esto no es para preocuparse. Tanta recurrencia, digo. Si no hubiera una cantidad como la existente de manías apagadas juraría que esto es patológico. Pero en realidad es esencia de esa “ocupación caprichosa” la de terminar apagada.

Un día debería ponerme a pensar cuál fue la primera. Creo que Ray Bradbury, pero no me puse realmente a la tarea de la memoria. Un día, tal vez. Un día, si sintiera que vale la pena.

La película, de eso hablaba o quería hacerlo, la daban en un cine del espacio Incaa de Constitución. Eso garantiza poca gente, sordidez y nada de avances ni pochoclos. Tres de cuatro no está mal. Casi bingo. Al llegar anoto mi error: sórdido es el barrio, pero el cine está muy bueno. La sala no es muy grande, pero hay mucha gente. Buen balance.

Me siento -asientos reclinables-, se apaga la luz, empieza la película directamente como si prendiera la video, habla el anciano de rigor como si estuviera en el salón de su casa y yo me pierdo en la trama como si estuviera dormida. Un poco sanguinaria, “película de hombres”, pero está buena.

Me quedo mirando la hoja en blanco que espera el resto de la historia, pero decido interrumpir el viaje. L. se está apagando. Quiero seguir hablando de Di Benedetto, de las “obras de hombres”, de Constitución a las 9 de la noche de un domingo. Pero en algún lado, de la misma manera en que se encendió L. está desdibujándose. Ya conozco sus formas de hablar, sus pausas, sus miradas de costado, sus escasísimas sonrisas. Pero se apaga…