lunes, 22 de agosto de 2011

Otra tonta historia de no-amor

- Hola
Él responde hola coordinando una sonrisa laboral: no se cansa nunca de devolver un gesto amable a aquellos que lo reconocen por la calle. Quince años trabajando en teatro pero son los veinte minutos en la tele los que hacen el milagro.
Ella lo mira y enrojece, él sigue de largo ya que no hay pedido de foto con el celular, ni firma en agenda usada, ni preguntas sobre cómo sigue la novela. Ella apura dos pasos viendo que se le va.
- ¿Das clases de actuación? ¿particulares?
Supo en ese instante que sonaba a insinuación o peor aún, a entrega. Urgía la necesidad de corregir
- Lo digo en serio, nada raro, ¿eh?
Él la miraba más intrigado que interesado. Esa vocación por la experimentación, esa valentía ante lo desconocido, ese olor a reto que su instinto fino captaba.
- No. Pero puedo recomendarte a alguien si querés. Pero clases particulares de actuación no es muy… bueno.
Ella sintió el vértigo, podía seguir hablando, iba a meter la pata, sí claro que sí, pero ya tenía los suficientes años como para saber que ese partener desaparecería irremediablemente dos pasos adelante.
- Bueno. No, está bien, gracias. Era solo una… ¿Te puedo preguntar? Solo te cuento mi idea, tal vez sea muy loco.
Antes de que él comenzara a preocuparse o a trocar su interés en abulia, explicó:
- Necesito parecer valiente. No quiero ser valiente, solo parecerlo, construir un personaje que vaya de frente. Él, bueno, ella, osada ante miedos reales en situaciones reales, pero ella: nada, plástico moldeado. Eso. Sí, ya se –pero no sabía porque él la miraba con atención pero sin demostrar nada: lo mismo podía estar pensando “Dios, que loca”, como “Dios que ganas de ir al baño que tengo”- dirás que una buena terapia de cuatro o cinco años lo soluciona, ¿no? Pero no tengo tiempo…
Error: él podía interpretarlo como una enfermedad mortal o algo así, aunque su cara seguía sin demostrar nada. ¿Era el indicado? Después de todo, veinte minutos en la tele no alcanzaban para…
- Nada grave, nada... “terminal”, ¿eh? Es que tengo que resolverlo pronto, hoy, que se yo, ahora. Solo unas pocas clases, puedo pagarlas, no sé, vos marcás los tiempos, no sé, donde te venga más cómodo, vos sabrás, me parece que no hace falta que sea en una sala de ensayo, como… (otra vez sus ejemplos de conducción) aprender a manejar en la General Paz. ¿Es muy loco? –Ella no iba a decir patético.
Lo siguiente fue un gesto, de ella, entre gracioso y suplicante de comprensión. Él seguía inmóvil, mirándola.
- ¿Hablo demasiado? No soy una loca millonaria, excéntrica, aburrida y tonta. Es… una idea, solo eso…
Él no se movía, quién sabe si buscaba una respuesta o sería uno de esos pocos agraciados que no consideraba su obligación encontrar respuestas. De ser así, era el indicado.
Alguien debía romper ese espacio tan intenso como invisible y frágil que se había abierto. Ella no era valiente, le tocaba a él, ¿a él?
- Te dejo mi mail
¿Quién habló? ¿Él? ¿Ella? ¿Si es que se puede contagiar la valentía, la cobardía sería igual de infecciosa? ¿Cuándo es demasiado el ridículo? ¿Quién necesitaba alejarse?

No hay comentarios:

Publicar un comentario