domingo, 9 de enero de 2011

viajes iniciáticos

Mi sobrina está en Bolivia de vacaciones. Cualquiera que conozca ese país va a decir "!ah, que hermoso!" pero si le digo a continuación: "es su primer viaje sin sus padres, sola con dos amigas. Ella vive en Palermo Soho", inmediatamente dirá "!uh, debe estar como loca!"
Tal cual, así son los viejes iniciáticos. Tienen que moverte profundamente el piso para que entiendas que eso que eras, ya no lo sos más.
Recuerdo mi primer viaje sola con amigas. Tenía 15 años, fue a la costa, al departamento de una de ellas. Duré dos días. En ese lapso "sufrí" las inclemencias del sol sin tener a mamá que me ayudara con las ampollas, las imperfecciones de la convivencia (dos de las chicas se odiaban) y lo peor, ese sentimiento, que todavía da batalla, de estar sola con mi destino, es decir, con mis decisiones, mis errores, mis miedos, mis alegrías desatadas-hasta-dónde.
No tuve suerte con mis amigas, la verdad. A ese le siguieron dos viajes más, también interruptus, pero por las inclemencias del tiempo uno de ellos y por las inclemencias de la madre dueña de casa que nos echó por haber manchado una cortina.
A la edad que ahora tiene mi sobrina, viajé sola a Europa. La idea era encontrarme con un amigo en Madrid, pasar dos días ahí y luego viajar a Barcelona: yo allí me quedaría como punto de partida para seguir a París y algunas ciudades del norte de Italia, mientras que mi amigo volvería a Ibiza, punto final de mi recorrido. Esa noche, sola en un hostel precioso de Barcelona, fue el desastre: entré en pánico, todos los miedos del universo me sujetaron y no me dejaron mover o pensar. Al otro día, viajé directo a Ibiza.
Un año después me fui a vivir sola a la isla, dejando toda una vida montada en Buenos Aires.
Ese terror, esa noche de iniciación, el estar sola en medio de una gran masa de gente, calles, comidas, idiomas diferentes me transformó sigilosa y firmemente.

Salir a ver el mundo, uno de esos mundos que coexisten a la distancia con el nuestro, nos enfrenta a nuestra fragilidad, nos ubica en nuestro pequeñísimo espacio y si tenemos suerte y la mente de verdad abierta, nos enseña que no estamos nunca solos, que somos siempre los otros de alguien, que tenemos miedos similares, sueños similares aunque nos veamos tan diferentes.
Cerrar los ojos a esas sensaciones nos embrutece haciéndonos más pobres como bien dice Silvio.
Empiecen ustedes, en el día de hoy, su viaje iniciático hacia más allá de adónde nunca soñaron llegar.
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