miércoles, 18 de agosto de 2010

para qué

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Apenas controlo el lenguaje coloquial, con suerte balbuceo firuletes con el lenguaje escrito; siempre acosada por una duda paralizante: ¿qué es lo que tengo para decir? ¿para qué?

Caprichosa, dispuesta a seguir buscando razones de osadía, desde el sábado pasado me animé con una nueva lengua: la fotografía. El taller (de eso se trata) se llama: De la imagen a la fotografía. Sí, precisamente ese camino es al que quería entrar para poder transitarlo con los sentidos despiertos. Cuatro horas intensas de observar y ver y mirar y recorrer y desglosar y reconstruir fotografías de consagrados y compañeros.
La idea propuesta por el profesor de taller es que encontremos un nuevo lenguaje, que lo podamos leer y, con suerte, hablar con estilo propio.

Esta semana, cámara en mano, me desplazo titubeando ante imágenes presuntas. Pero salta la duda, la vieja pero no herrumbrada duda, que me sujeta por los pies y no me deja avanzar:
¿para qué? ¿que tengo para decir?
Y ahí, de pronto, no va que se completa incómoda la frase. En definitiva es siempre lo mismo: ¿que tengo para decir, que puedo decir para que te quedes conmigo?
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