martes, 16 de marzo de 2010

Exilios

.
Mientras busco poemas, converso con amigos (reales o literarios) sobre Montevideo.

Montevideo. Durante mucho tiempo no sabía que existía. En términos de deseo digo, estaba ahí, pero jamás se me hubiera ocurrido visitarla. Después, cuando apenas empezaba a ser independiente, fue que dejé todo y crucé el océano. Allá, en Ibiza, conocí a Dani y él me enseñó que a pesar de estar tan cerca, tenemos nuestras diferencias, y a pesar de nuestras diferencias, somos casi lo mismo. La palabra sería hermanos si no estuviera tan trillada.


Montevideo es una ciudad hermosa. No como Florencia, no como París. Es hermosa porque parece pueblo, porque parece Buenos Aires pero sin tanta prisa, porque parece europea desde varios lados (un toque español, otro francés, otro alemán que yo reconozca), porque tiene esa costanera y ese río que parece mar. Pero a no confundirse: su encanto no es porque parece otras cosas, sino porque es otra cosa. Única, serena, respetuosa con su historia, nada pretenciosa, amigable. Amable.

No me dejo convencer de que mi amor por Latinoamérica es más fuerte y más profundo después de mi etapa europea. Es verdad que a veces hace falta mirarse desde afuera para reconocerse.

Pienso en mi lejanía elegida y en los exilios en los que otros debieron renacerse. Pienso en Benedetti escribiendo poemas en Madrid mientras todo su cuerpo y su alma extrañaba su "paisito". Pienso a lo que estamos expuestos: los cambios y lo permanente. Las circunstancias, nuestras derrotas y nuestras victorias sobre ellas.

El exilio es una daga que si no nos mata, nos obliga a vivir mejor, a vivir más fuerte, más profundo. Salimos otros de su vientre, con una parte amputada para siempre, con una parte nueva que hay que aprender a dominar. Por eso es que diría Don Mario que cantando, venciendo derrotas, seremos reconocidos como militantes de la vida.
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario