martes, 26 de enero de 2010

Martita (II)

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En la ruta que había tomado para alejarse, Martita pensaba en cuando fue en sentido contrario. Aquella vez que volvía, aquella vez que iba hacia una cita que la devolvía a otro tiempo, más claro, más alegre y despintado.
Los papeles del divorcio tardarían todavía un tiempo más, pero la sociedad comercial se rompía ágilmente. Seis meses sin verlo, sin verse. Seis meses es toda una vida si se tiene ganas.
La pregunta la asaltó apenas salía de su casa. Intentó taparla con otras preguntas -más pertinentes-, con otras fantasías -más conciliadoras. Después de todo, se habían amado mucho. En su viaje hacia atrás -ya iba llegando tarde- no le costaba recordar su cara, sus manos, su sonrisa escondida, su jodido sentido del humor. Seis meses, en difinitiva, no son nada.
Llegó por fin -tarde-, él ya estaba ahí, y los abogados, como mojones del deber, clavados entre ellos. Leyeron, firmaron, sonrieron -tristes-, saludaron a los representantes legales -de sus sueños rotos- y salieron.
- Vamos a un bar -dijo él, el de los dedos helados.
- Vamos -dijo ella, la de la mirada vidriosa.
Hablaron, de aquello otro, de nada. Dos cafés, dos cervezas, dos pasados, enterrándose.
- Bueno, eso es todo -dijo él, el de la cabeza inclinada.
- Es todo -dijo ella, muda.
Se besaron en la puerta -un sincero choque de mejillas-, se rozaron los antebrazos, se dejaron escapar -el uno al otro- como arena que se escurre entre los dedos de los pies descalzos.
Y la pregunta que ella guardaba tan celosamente decidió salir. Ya no se odiaban, ya no se amaban: podían decirse la verdad.
- ¿Me vas a olvidar muy rápido?
Silencio, miradas, sonrisas cortas, lluvia fantasma
- No. No tan rápido. Quizás...

Ahora que se alejaba serenamente de todo, sabía que ninguna persona puede responder por su propio futuro.
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