lunes, 28 de diciembre de 2009

feliz/i/dad

Hace una semana que doy vueltas buscando una imagen "ideal" para desear o contagiar o proponer un buen año. Nada se me ocurre, será por el tropiezo que me dejó como adormilada, amordazada, anestesiada. Será.

Doy vueltas y vueltas sobre una imagen que no puede servir para saludo de fin o principio de año, doy vueltas y vuelvo a ella, pero no da. Comunicarse para no comunicar (¿Qué me está mandando esta? ¿se volvió loca?) no es la idea.

Mientras busco o encuentro algo más adecuado, les dejo acá la imagen y les cuento un poco el porqué, porque me gusta, porque encaja en este cambio de año o no.


(recomiendo agrandar la imagen para que ocupe la pantalla entera. Mirar un rato y después seguir)

No existe, o eso me gusta creer, otra parecita en el mundo con ese diseño. Por eso me pierdo en esa tranquilidad de lo familiar cuando la miro.
Ese cielo celeste es todavía más enorme si se siente desde esa baranda; enciende con la angustia y la quietud de saber que hay tanto aún por recorrer. Vendrán y se irán, como sus nubes, amores, desamores, encuentros, desencuentros, pasiones, despasiones.
El mundo empieza más allá de la unión de ese celeste y ese marrón. Del lado de acá, nosotros.
La antigua toma de agua nos recuerda que le debemos casi todo a esa inmensidad, incluso esta humedad aplastante de cada día.
El río es movimiento que no fluye, está desde siempre y para siempre. El único río en el mundo que se queda con su gente. Nos empeñamos en ignorarlo, en ofenderlo, pero él sigue ahí siendo más nosotros que nosotros.
Y no menciono los barcos porque yo no vuelo en ellos.

No se si me explico...
Feliz año nuevo!
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