domingo, 9 de agosto de 2009

como

Me siento como me siento y salgo de la muestra para acomodarme en un escalón. Es el frente de un negocio de venta de azulejos, son casi las 9 de la noche y espero que se me pase. Me siento como me siento y apoyo la cabeza hacia atrás, contra la persiana cerrada. Miro hacia adelante, dejo que mis ojos den cuenta de lo que quieran dar cuenta. Justo enfrente, del otro lado de la vía, el sexto piso de una casa de departamentos. Un balcón, un puerta ventana de dos hojas, una ventana más chica a la izquierda. Las luces prendidas, se ven tres focos y nada más que una silla vacía. Me siento como me siento y no puedo dejar de observar esa habitación lejana donde hay paredes color crema, ni una planta o cuadro o cortina y la silla, vacía. Me quedo ahí, mirando, esperando que llegue alguien y se siente, que pase alguien o algo que me ayuden a pensar que ahí no hay vacío. Me siento como me siento y me obsesiono con esa silla vacante. Se cruza lento por delante de la trayectoria de mi mirar un micro de dos pisos, de asientos cómodos, de viajes largos. Pero pasa y no puedo montarlo con mi imaginación porque me siento como me siento. Podría imaginar que me voy lejos, que la noche larga e incómoda traerá un nuevo horizonte. Pero es que me siento como me siento y mi cabeza vuelve como un resorte a la soledad de la silla. Si fumara, encendería un cigarrillo para que aunque sea el humo habite el espacio carente. Me duelen los ojos, el pecho, los oídos, los puños cerrados de hacer fuerza para que ese ausente se presente y llene esa silla y no se vaya nunca.

A un costado del edificio una enorme pelota roja aparece. Luna llena, me había olvidado. Sonrío, débil, dolorida. Quizás no importa por donde aparezca el milagro o es que tal vez la vida no se quiera andar sentando.

Me levanto, vuelvo a la muestra y me pierdo entre la gente. Me siento como me siento, helada, intranquila, caprichosa. Lejos.

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