jueves, 20 de agosto de 2009

Albert (+ + + cont. - )

Una garúa incómoda empañó nuestro recorrido. “¿Volvemos?” “No. Me gustaría seguir cuando pare. Va a parar, ya verás” Tenía que parar, teníamos que seguir perdidos en medio de la sofocada naturaleza ciudadana. “¿Dónde estamos?” “Lejos” Sí, ni los nombres de las calles nos eran familiares y aunque con una sola pregunta podríamos devolvernos al mundo, no íbamos a la pronunciarla. “Hay un bar ahí enfrente, pero es… Me daría miedo entrar si no estuviera con vos” “Entremos entonces. No nos va a faltar el alcohol barato” Justo cuando atravesábamos la puerta me tomó firmemente por la cintura, pegándome contra su cuerpo.
Soy una mujerzuela de oscuro tugurio, ebria de desencantos, rescatada de unas volátiles tinieblas blancas. Soy su protegida, su compañía, el resultado de su virilidad, dispuestos a olvidarnos de todo en tres u ocho segundos.
Elegimos la última mesa, de espaldas al mundo, justo cuando dos nubarrones desangelados parían una blanca luna de agosto.

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