jueves, 2 de abril de 2009

repetir no es insistir

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Lo espero apoyada en la pared de la costanera, frente a ese río tan marrón como inmenso como mío. El avión se retrasó una hora y no voy a volver a casa para volver a volver a esperarlo. Él viene y vuelve, esta tarde, de esta primera vez fuera de mí desde que estamos juntos.
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No me gusta el enorme espacio de espera de los aeropuertos, salvo que la que se este yendo sea yo o que los que espero estén a dos segundos de un abrazo. No me gusta esperar porque esperé demasiado dejar de esperar algún día. Por eso crucé la avenida y me vine a pasar el rato mirando el río vivo.
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Miro sin pensar en cosas más concretas que en horizonte marrón, barco a lo lejos, sol susurrando en la piel, y caigo en la cuenta de que muchos miedos y amores nacieron para mí en ese lugar.
Una noche, pequeña e inquieta, me trepé a esa pared para mirar el río. Una negrura desde la que apuntaban pilotes de madera rancia me dicta un miedo al agua cuando no tiene a la luz para quitarle el misterio.
Desde esa pared o aferrada a las rejas de la vereda de enfrente, aprendí el fragor de las partidas y las llegadas y el estruendo que provocan en unos oídos ansiosos de más y más.
A ese lugar fuimos la vez que necesitamos un lugar tranquilo para conocer el cuerpo del otro con unos dedos incansables, con unos labios acalorados.
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El aire está asombrosamente limpio. Trae un rugido desde lejos y a vos en sus entrañas.
Celebremos.
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