domingo, 2 de noviembre de 2008

Santas sutilezas de los Buenos Aires

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El colectivo:
invento argentino, dicen. El bondi.

Los viajes pueden ser breves pero interminables (en un diámetro de 4 kilómetros desde la Plaza De los dos Congresos hacia cualquier lado son eternos), amansaderas (si de toca una, dos, tres barreras), peligrosos (según la zona) y a la vez (sí, así somos, frutos del "a la vez" y "al mismo tiempo") buen lugar para entablar charlas cordiales con desconocidos, conocer en un solo viaje todas las arquitecturas disímiles que delinean la ciudad y disfrutar del paisaje urbano lleno de parques, plazas y calles arboladas como en pocas ciudades del mundo se pueden encontrar.

El viaje en bondi tiene dos caras bien marcadas, tan diferentes entre sí como Barrio Norte y el bajo Flores.

Una cosa es tomar el colectivo para ir o venir del trabajo. En esos viajes, todos -o casi todos con escasas excepciones- somos seres solitarios, acompañados por i-pod, radios o algún diario, sentados o parados, de traje o con tacones, con enormes carpetas de dibujo o bolsos llenos de apuntes. Son viajes de individuos en tránsito donde el silencio es una capa más de piel.

Pero llegan los fines de semana; de día, de noche, de madrugada. Ahí somos grupos humanos yendo juntos hacia adelante (de ida o de vuelta, siempre es adelante), viajando dentro de ruidosas charlas o de pequeñas confesiones al paso. Los fines de semana el bondi se llena de voces, de palabras mezcladas, de sonidos estridentes. Estamos en compañía y el viaje no es un preámbulo o un epílogo, es parte del encuentro.

De norte a sur, en silencio o empapados de palabras, siempre somos pasajeros en bondi atravesando una ciudad que respira y devuelve vida.
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1 comentario:

  1. bueno, soy otra vez el anónimo de antes, bunísimo este escrito Gabi, te felicito anónimamente

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