miércoles, 13 de febrero de 2008

requiem

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Ayer perdí algo muy importante para mí. Perdido realmente para siempre.
Ayer me quitaron una muela.
Era una de mis tres muelas favoritas. Ahora me quedan las otras dos, pero esta era la preferida.
Mis tres muelas destacan (destacaban) por sus marcadas imperfecciones.

Una de ellas es corona, pero en el instante mismo en que la puso el dentista ahí, le rompió un borde y así nació tullidita (si, a ese dentista no fui más)

La del medio estaba casi desahuciada hace 5 años. Peleé por ella y todavía vamos, ella con mucho maquillaje amalgamado encima, pero vamos.

La otra, la que ayer se fue, hizo mucha fuerza por quedarse, pero ya no le dio el piné o el calcio, vaya a saber. Nació disputando el lugar con la muela que le venía adelante, y por quedarse las dos, se abrazaron y compartieron un solo lugar. Dulce armonía durante 15 años. Hasta que la menor debió irse y dejar a la otra, a esta que ayer la siguió, sola con kilos de emplomadura.

Hoy vivo en casa el duelo de haberla perdido.
Pero camino al dentista, yo la escuché decirme: “no te angusties, tontita, ahora te vas a dar cuenta que yo era la que ejercía el poder para obligarte a permanecer ligada al pasado infecundo. Ahora te empieza una nueva vida, mejor, un remanso de aguas tranquilas donde llegar remando, remando, a mejores puertos”

Que descanse en paz mi sabia muela.

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