viernes, 9 de noviembre de 2007

espera

Viaje en el 71, 8:30 de la mañana, rumbo al norte.
Sentada sin libro ni música (salí muy rápido hoy) pensaba cuál es el límite para esperar. Porque hay veces que uno espera cosas concretas dentro de un límite de tiempo más o menos establecido: si una se postula para un trabajo, por ejemplo, y a los quince días ni noticia, bueno ya fue. Pero ¿qué pasa con las cosas que se esperan, sean cambios, respuestas u otras cosas así de ambiguas, y que no encajan en tiempos reales?

“Espera que ella vuelva y le diga: acá estoy mi amor, no existe el olvido. Acá estoy mi amor de vuelta, he vencido, lo puedes creer, no existe el olvido. No existe.” como dicen Los Tipitos. Son tiempos de espera en un espacio irreal.
A veces se sabe que la respuesta o el cambio no llegarán, que es lógico que no lleguen, que es hasta mejor que no lleguen. Y sin embargo, acá sentada, esperando.

En eso estaba, tratando de recordar cuanto tiempo perdido en esperas inútiles, cuando por la ventana veo a un nene de unos cinco o seis años, de la mano de su papá, vestido con un pantalón de joggins azul y una remera y la máscara del hombre araña. Iba saltando, tratando de ver por esos agujeros flotantes en su cabeza, en un mundo tan irreal como real, tan lúdico.

Y yo preocupada por respuestas que no llegan (porque no deben llegar), por cambios que tarde o temprano sucederán (aunque no sean como quiero que sean).
Ya saben, si ven por la calle a una grandota con traje de batichica, salúdenme que me estoy tomando la vida con la seriedad que se merece….

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