Es más o menos siempre lo mismo. Una idea empieza a aparecer en mi cabeza, en medio de los ratos de ocio, a solas, en casa, en los viajes en colectivo. Una sensación, digamos, de que ahí, en esa imagen, hay una historia, un cuento o –y ahora envalentonada- tal vez una novela corta, cortísima.
Pasan los días y la imagen-sensación sigue. Pero es como una llama de vela, frágil y potente en medio de muchas preguntas. Llegan las primeras dos, las troncales, las que sin ellas no se puede empezar a escribir nada.
Cómo empezará, cómo transitará, hacia dónde.
Qué forma de narración –definitivamente no lineal- hará que surja la historia.
Por ahora sólo una inquietud, una imagen, una sensación renovadora de que ha ahí hay más de lo que parece.
ese de la aparición es un buen momento.
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