sábado, 28 de julio de 2007

Des-aferración

Todos estamos aferrados a algo. Yo, a la realidad. Y eso, aseguro que no es bueno.
No me aferré nunca a los amigos, como aquellos a los que todavía quiero pero que dejé ir por razones de distancia física o temporal o porque ellos, justo ellos, jugaron en los límites con mis fantasmas.
No me aferré nunca a un lugar, por eso tantas ciudades, tantas casas, tantas mudanzas.
No me aferré nunca a un hombre que me quisiera más o menos como si fuera la única, más o menos ininterrumpidamente.
Sólo a la realidad, la muy plana.
Pero la realidad, que está en cambio constante, exige que ejerza un control desmedido sobre sus variaciones, sus mutaciones. Si me despisto, me suelta.
Claro, no es tan oscuro o triste como parece. No es todo pérdida, porque hay amigos que siguen, hay lugares a los que da gusto volver desde otro lugar u otro tiempo.
Igual, hay un trabajo para hacer ahí, cabos que desatar, sin duda.
Mientras tanto, de vez en cuando me topo con algo que me suelta un poco de ella, y -¡oh sorpresa!- me acerca a los otros. Entonces la vida, el ánimo cambia.
Leer un buen libro (si, Valfierno por ejemplo), escribir (este blog, algunas tardes) y ciertas fantasías (Tunari ediciones, tal vez) son las mejores armas para que la realidad se adapte a la idea de que yo ya no perduro a su lado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario